Por Lic. Adriana Sandro*
Si bien el bullying suele asociarse con el ámbito escolar, compañeros que humillan, maestras que ridiculizan, burlas por la apariencia o la forma de hablar, también aparecen con frecuencia en el entorno familiar. Comentarios acerca del cuerpo, el peso, el color de piel, la estatura, la forma de la nariz o incluso el nombre propio pueden convertirse en verdaderos dardos psíquicos.
Estas situaciones, repetidas y normalizadas, se inscriben en el inconsciente con la fuerza de una marca. Las niñas aprenden a mirarse a través de los ojos que las criticaron.
“Las heridas infantiles no resueltas suelen manifestarse en patrones de vida repetitivos en la edad adulta”, expresa Marie-Louise von Franz, analista junguiana y erudita suiza, reconocida por sus interpretaciones psicológicas de cuentos de hadas y manuscritos alquímicos.
Y esos patrones suelen sentirse como elecciones fallidas, bloqueos, inseguridades o la sensación de no ser suficiente.
Cómo impacta en la vida adulta: vínculos, trabajo y autoimagen
La mujer que sufrió bullying puede, sin darse cuenta, repetir dinámicas de desvalorización en sus relaciones de pareja, aceptar malos tratos o conformarse con vínculos donde no es vista ni valorada, reflexiona la Lic. Elizabeth Schulz, sexóloga clínica, presidenta de la Federación Sexológica Argentina y directora del Instituto Carmenta de Psicología y Sexualidad Femenina.
En el ámbito laboral, el trauma temprano puede reactivarse ante un rechazo en una entrevista, una crítica del jefe o una situación de discriminación. La herida vuelve a abrirse, como si la niña de 8 o 12 años volviera a sentir que no la eligen en el equipo de deporte o que se ríen de su ropa.
Desde una óptica posjunguiana, el psicólogo clínico y psicoanalista miembro del Centro Jung de Maine en Brunswick Donald Kalsched escribe cómo la vergüenza y el sentimiento de inferioridad funcionan como defensas internas, protegiendo a la persona del dolor, pero también limitando su expansión vital y su relación con el propio cuerpo.
Ejemplos clínicos: cuando la herida tiene nombre
María, de 34 años, llegó a terapia refiriendo una profunda inseguridad al momento de postularse para ascensos laborales. Durante su infancia había sido objeto de burlas constantes por su contextura física y su acento. Aquellas voces quedaron grabadas en su diálogo interno: “No doy la talla”, “No soy suficiente”, “No voy a poder”, explica la Lic. Elizabeth Schulz.
Con trabajo terapéutico, ejercicios de autocompasión y el reconocimiento consciente de su historia, María pudo desmantelar esas voces y construir una narrativa más real y amorosa sobre sí misma.
Laura, de 41, fue criada en una familia donde los comentarios sobre su cuerpo eran frecuentes: “estás gordita”, “esa nariz no te favorece”, “¿por qué no sos más femenina?”. Esos mensajes, repetidos durante años, dañaron su autoestima y la llevaron a elegir parejas que reforzaban ese mismo trato despectivo. Su proceso terapéutico, centrado en la integración de la sombra y el trabajo con el cuerpo, la ayudó a reconocer su valor y a poner límites por primera vez en su vida.
Estas historias ilustran que el bullying no es solo un episodio aislado, sino una narrativa interna que se actualiza una y otra vez… hasta que se trabaja.
Para la sanación y fortalecimiento interior, Schulz propone prácticas como la autoobservación compasiva, la escritura reflexiva, realizar una práctica corporal y simbólica y recurrir a redes terapéuticas y comunitarias.
* Adriana Sandro es Psicóloga UBA y Periodista en Telefe Noticias. Especialista en Trastornos de la alimentación y Sexología clínica - MN 53315
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