Bernardino Rivadavia fue el primer presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, pero no tiene una estatua en la ciudad que lo vio nacer, sino una tumba pública en el corazón de Balvanera.
Rivadavia yace en plena Plaza Miserere, entre vendedores al paso y gente apurada. Allí se alza su mausoleo, una obra monumental firmada por Rogelio Yrurtia, uno de los grandes escultores argentinos del siglo XX.
La historia detrás de esta elección es tan curiosa como la ubicación misma. "Rivadavia murió en 1845, en el exilio, y dejó explícito que no quería que sus restos volvieran a suelo argentino. Pero el tiempo -y la política- no siempre respetan las últimas voluntades y sus restos fueron repatriados a Argentina en 1857", explica la periodista Mariela Blanco, autora de "La historia es noticia".
"En un principio, sus restos fueron enterrados en el Cementerio de la Recoleta y más tarde fueron trasladados a su ubicación actual. La decisión fue discutida", señala Blanco, especialista en patrimonio urbano y turismo cultural, pero lo que nunca generó dudas es la magnitud estética y simbólica de la obra de Yrurtia.
El grupo escultórico, realizado en bronce y granito rojo, es impactante. El “Rodin argentino” eligió no representar al prócer de forma directa. No hay busto ni figura heroica. En cambio, "el conjunto habla de conceptos que remiten al legado de Rivadavia: la República, el dolor del exilio, el esfuerzo civilizador", apunta Blanco, ganadora del Premio Oro Art Nouveau 2023 de Patrimonio, Arte y Turismo Cultural.
"Uno de los elementos más conmovedores es la figura de un anciano encorvado, de rostro cansado y mirada perdida. No es Rivadavia, pero lo representa. Es el famoso Moisés de Yrurtia, símbolo de la sabiduría, alegoría del peso de la historia y de la carga del deber cumplido. En contraposición, un hombre joven simboliza la vitalidad y la energía. Otras figuras completan la alegoría de una patria que duele y se levanta".
El cuerpo de Rivadavia descansa bajo tierra, en una cripta a la que no se accede, pero que está marcada por una lápida sobria. En la superficie, la escultura convive con la velocidad urbana, como una isla silenciosa en medio del caos.
Quizás no tenga una estatua, pero "sí tiene un monumento que interpela, que no celebra tanto al hombre, sino a sus ideas, sus contradicciones y su legado. Algo muy de Buenos Aires, donde incluso el homenaje puede estar teñido de paradoja", concluye Blanco, quien produce y conduce micros televisivos que se emiten por el Canal de la Ciudad con los que recorre todos los barrios y sus edificios emblemáticos.
Foto: Gentileza Archivo General de la Nación
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