Por Adriana Sandro*
Cuando mi hija me preguntó por primera vez cómo se hacían los bebés, me paralicé. Sentí miedo de hablar de más o de menos. No quería darle una versión demasiado aniñada ni tampoco demasiado erótica para su edad. ¿Cómo encontrar el equilibrio?
Aprendí que está bien admitir que no siempre sabemos cómo abordar ciertos temas. Es válido mostrarnos vulnerables, sensibles y con ganas de aprender juntos.
Así fue como recurrí a mi herramienta favorita: la psicoeducación. Empecé a investigar y esa búsqueda se convirtió en una verdadera montaña rusa emocional.
Comencé mirando fotos y videos de mi hija cuando era bebé, con esa mezcla de melancolía y asombro ante el paso del tiempo. Pasé de la nostalgia a la euforia de los nuevos aprendizajes, con la mente repleta de información… pero todavía sin saber por dónde empezar.
En un congreso de Sexología Clínica de la UBA, una docente me dijo: “Hablá desde vos misma, con naturalidad”. Y ahí todo se complicó aún más. ¿Qué palabras usar? ¿Cómo empezar?
Con el tiempo comprendí que cada momento es único y que la clave está en conocer a la persona frente a nosotros. Empecé a percibir la esencia de mi hija. Sus preguntas nacían de la inocencia y descubrí que la carga erótica estaba en mi mirada adulta. Para ella era un tema simple, sin prejuicios.
Entonces entendí que la educación sexual comienza cuando nos vaciamos de nuestros miedos y prejuicios. Cuando hablamos desde la honestidad, con un lenguaje claro y sin connotaciones vulgares ni infantiles. Digamos “vagina”, “vulva”, “pene”, “testículos”. Llamemos a las cosas por su nombre, sin miedo.
“Se puede hablar perfectamente de sexo sin ser eróticos y mucho menos obscenos. De lo que hay que hablar es de salud, técnicas, emociones, maneras de relacionarnos, ideas sobre el amor, el cariño y el respeto”, explica la Dra. Silvina Valente, médica sexóloga y presidenta de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana (SASH), en su libro "El superpoder de la educación sexual". El libro, escrito junto a Silvia Ongini (psiquiatra infantojuvenil) y Denise Tempone (periodista), es una joya de la psicoeducación sexual.
Hablar de sexo no es calentar ni provocar. Es abrir la puerta a la salud, la confianza y el autocuidado. Hablar con naturalidad, sin reírnos nerviosamente ni ponernos solemnes, transmite seguridad. Genera un entorno de intimidad y confianza para que pregunten con libertad, sin tabúes ni secretos.
Mi experiencia personal
Dejé atrás mis creencias y prejuicios y miré a mi hija a los ojos. Nuestros hijos son un lienzo en blanco, y su sexualidad la pintarán con sus propios colores. Nuestra tarea es guiarlos para que construyan herramientas y no hereden nuestras limitaciones.
Un chico educado en sexualidad es un chico que:
- Tiene recursos para detectar y hablar sobre comportamientos que lo incomodan, reduciendo el riesgo de abuso.
- Puede decir “no” con convicción y “sí” sin culpa, identificando cuándo es presionado o manipulado.
- Es asertivo sentimentalmente y no necesita probarse a sí mismo ni a otros a través del sexo.
- Entiende que el sexo es parte de sí, no algo ajeno que debe regular con reglas externas.
- Sabe que las enfermedades de transmisión sexual son evitables y que su cuidado es su responsabilidad.
- Será un adulto capaz de disfrutar su sexualidad, o de pedir ayuda si no puede hacerlo.
La educación sexual no es un tema para “cuando los chicos crezcan”. Es un "superpoder" cotidiano que les permitirá caminar su vida con confianza, salud y respeto.
* Adriana Sandro es periodista en Telefe Noticias y Psicóloga y Sexóloga UBA y especialista en Trastornos de la Alimentación - MN 53315
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