Por Lic. Adriana Sandro*
La violencia hacia los niños es una problemática psicosocial que afecta a todos los países del mundo y a todas las clases sociales. Es producto de múltiples factores asociados y tiene consecuencias importantísimas en el desarrollo posterior de los sujetos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define al Maltrato Infantil como cualquier acción u omisión de acción que viole los derechos de los niños y adolescentes y afecte la posibilidad de que disfruten de un grado óptimo de salud, que afecte su supervivencia o su desarrollo.
El maltrato infantil incluye ataques físicos, psicológicos, abuso sexual, negligencia, explotación y cualquier comportamiento que cause un daño o perjuicio en el desarrollo de la niñez.
Una investigación del Instituto de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires busca identificar el maltrato del que han sido víctimas niñas y niños a través del análisis de muestras de saliva.
Estudio único en el país
En el Instituto de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA en colaboración con la Unidad de Violencia Familiar del Hospital de Niños "Pedro Elizalde" utilizan biomarcadores basados en cambios en el ADN, que pueden servir no sólo para identificar el daño, sino como prueba científica ante la Justicia. El maltrato infantil deja secuelas devastadoras y persistentes de todo tipo, incluso a nivel molecular. Estas alteraciones se asocian con un mayor riesgo de depresión, ansiedad y tendencias suicidas entre niñas y niños.
Se trata de un estudio único en el país, que tiene como objetivo principal el desarrollo de herramientas de diagnóstico temprano de maltrato infantil.
Mientras el equipo de Salud Mental Infantil del Hospital Elizalde realiza el abordaje clínico, el grupo de la UBA se encarga del análisis de las muestras. El proyecto aporta pruebas científicas del maltrato, es decir, pruebas irrefutables de que una niña o niño fueron víctimas del maltrato, así como una noción de qué consecuencias puede tener para su salud.
“Todos los seres humanos tenemos dos capas de información, una es la de nuestra biología que está en el ADN. Y otra es la información epigenética que hace de interfaz entre el ambiente y nosotros. Todas las experiencias desde la panza de nuestra madre se van a ver reflejadas en experiencias traumáticas o positivas”, explica Eduardo Cánepa, director del Laboratorio de Neuroepigenética y adversidades tempranas, del Instituto de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.
La utilidad del proyecto
El conocimiento obtenido no sólo le permitiría al personal de la salud tener un diagnóstico temprano, sino también hacer un seguimiento de la eficacia del tratamiento psicológico y saber cómo van a evolucionar las niñas y niños víctimas del maltrato.
Una intervención temprana puede mitigar y hasta revertir efectos. En eso trabaja desde hace años el equipo dirigido por Cánepa.
El estudio analiza cómo el maltrato infantil, entendido como una alteración drástica del entorno, genera cambios epigenéticos que obligan al cuerpo a adaptarse a contextos de violencia y peligro constantes. No se altera todo el genoma, sino genes específicos, y el objetivo del equipo es identificar cuáles son y cómo impactan en el desarrollo de niñas y niños.
“Nosotros estamos estudiando las marcas epigenéticas que son parte de la metilación del ADN. Éstas se van modificando según las experiencias a las que estuvimos expuestos, físicas, sociales, comunitarias, si crecimos en un ambiente pacífico o violento. Estas marcas epigenéticas van creando cierta información que nos hace adaptarnos al ambiente que nos tocó vivir durante nuestra infancia”, agrega Cánepa.
Las consecuencias del maltrato infantil
El trato violento hacia los niños deja consecuencias en el psiquismo y cuanto más se prolongue en el tiempo, más graves serán.
La identificación temprana de los casos y el tratamiento apropiado puede restablecer el desarrollo psíquico y físico del niño, así como también abre la posibilidad de cortar la transmisión intergeneracional de la conducta violenta.
“Un niño no es un adulto en miniatura, sino un pequeño hambriento de afecto, de palabras y de vínculos consistentes. Por ser niño no puede comprender por qué los adultos lo pueden tratar mal, así como tampoco puede defenderse. Lo que le ocurra en esa infancia y niñez podrá marcarlo para siempre”, concluye el estudio.
* Adriana Sandro es Psicóloga UBA y Periodista en Telefe Noticias. Especialista en Trastornos de la alimentación y Sexología clínica - MN 53315
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