Jonatan Ramírez es un carpintero naval autodidacta que se puso a crear sillones premium con autopartes recicladas del Fiat 600, inspirado en la fabricación de barcos.
Se trata de auténticas piezas de colección, de una y dos plazas (hasta juegos de living), todas hechas en forma artesanal, con materiales nobles y resistentes, como la fibra de vidrio.
“En Custom Jarmar -así Ramírez bautizó a su emprendimiento-, nos enfocamos en crear piezas únicas y personalizadas que reflejan la esencia de un artista”, dice.
Entre sus clientes se encuentran propietarios de casas de tatuajes, pizzerías, salones de uñas, productoras de teatro y cervecerías, además de personas particulares.
“Cuando alguien me encarga un sillón, no se lo dejo ver hasta que esté terminado", revela. "Apenas está listo, lo llevo tapado hasta la dirección indicada. Recién ahí lo destapo y filmo el momento. ¿Por qué? Porque disfruto el instante en que el comprador se topa con la obra”, agrega.
Unas de las productoras, que confió en uno de sus sillones para la función de prensa, es de la obra “Pretty Woman”, que están protagonizando Florencia Peña y Juan Ingaramo, en el teatro Astral, en la avenida Corrientes. “Sin dudas, pasé una noche mágica”, asegura Ramírez, satisfecho con la repercusión que tuvo su obra.
El disparador o fuente de inspiración de los sillones sucedió hace nueve años, cuando en su cabeza rondaba la idea de crear algo, pero no tenía definido qué cosa. Un día vio una fotografía en una plataforma virtual especializada en publicar innovaciones o novedades de diversos objetos o disciplinas. En la fotografía, que había sido tomada en un campo italiano, se veía a una chica rubia sentada en un antiguo Fiat 500, hecho sillón.
Esa imagen impactó tanto que, Jonatan se preguntó: “¿cómo construir esto?”. Días después, empezó a bosquejar un prototipo que, al cabo de varios meses de pruebas y ajustes, “gestó el primer sillón, aplicando conocimientos adquiridos como carpintero naval”, recuerda.
Sus orígenes
Hijo de una ama de casa misionera y un maestro mayor de obras puntano, el cuarto de seis hermanos nació en un hogar sencillo de la localidad bonaerense de Virreyes, partido de San Fernando, instituido como capital nacional de la náutica.
Si bien cursó los estudios en las inmediaciones de su barrio, jamás llegó a terminar la secundaria. “Nunca me gustó la escuela”, reconoce.
“A los 10 años, repartía volantes del emprendimiento de mi padre, quien llegó a tener 10 empleados. Luego empecé a trabajar con él, pero se me complicaba. Entonces, me la tuve que rebuscar”, recuerda Jonatan que, por cuestiones familiares, tuvo que ir a vivir a San Luis.
Tras su regreso a Buenos Aires, consiguió ingresar a la empresa Tandanor. Allí trabajaba a bordo de un buque de pesca de camarones, que estaba fondeado en Puerto Madero. “Me desempeñaba como marinero de cubierta y limpieza”, puntualiza. Al cabo de un tiempo, renunció y se fue a Preveza, una compañía en donde se construyen y reparan embarcaciones, perteneciente al empresario Fernando Miele, ex presidente del Club Atlético San Lorenzo.
“Por entonces, tenía 17 años y empecé barriendo en cinco barcos. Hasta que aprendí carpintería naval, mirando. Ciertamente, es un oficio jerarquizado”, admite el hombre de 37 que, entre otras obras, participó en la construcción de un barco para el ex futbolista Oscar Ruggeri.
“Me acuerdo que, cuando llevamos su barco para amarrarlo, surgió un problema en el ojo de buey. Entonces, decidimos trasladarnos en bote. Desde un costado, Ruggeri me decía: ¡Tené cuidado, a ver si te caes al agua! Yo lo miré y le respondí: ¿Quién te pensás que fue a buscar a Guilligan a la isla?”, rememora sonriendo.
Además de Preveza, Jonatan Ramírez tuvo el honor de trabajar junto a Juan José Raponi. Sobre el ebanista más cotizado de San Fernando, que fabricó más de 200 embarcaciones para cientos de millonarios y falleció en mayo de 2024, a los 98 años, cuenta que le dejó un consejo inolvidable. “Uno tiene que hacer lo que le gusta y ser apasionado”, concluye el emprendedor autodidacta y padre de Kiara, de 18 años.
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