Portada  |  30 abril 2021

Mayra Arena volvió a conmover con otro relato en primera persona de la pobreza

La joven habló de lo difícil que es abandonar la situación de vulnerabilidad, de las ideas que se forman en la cabeza y de la importancia de la educación.

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Mayra Arena, la bahiense que años atrás conmovió a la Argentina con su charla TED titulada "Qué tienen los pobres en la cabeza", revolucionó el ciclo de entrevistas denominado "Cómo llegué hasta aquí".

La joven, quien desde hace dos años reside en Caseros y estudia Ciencias Políticas en la Universidad de Tres de Febrero, conmovió con otro relato en primera persona de cómo fue su infancia en medio de un escenario de vulnerabilidad.

“Supongamos que me hice viral o algo así por haber contado dónde nací, y por haber contado cómo más o menos intenté sobrellevarlo o intenté salir de eso. No sé si alguna vez salís del todo, pero de alguna manera poder vivir en un lugar que no sea una casa de chapa, poder vivir en un lugar que no se llueva, poder vivir en un lugar en el que pase el colectivo, por ejemplo... son un montón de cosas que parecen insignificantes, pero en su momento tuvieron algún significado para mí”, comenzó.

“Tuve grandes shocks en la vida: cuando era chiquita y salía a pedir, me impactaban los pisos de las casas. Que esas personas tuvieran piso para mí era maravilloso porque yo tenía piso de tierra en mi casa, y ver un piso brillante donde podías patinar para mí era algo de otro planeta, de otra dimensión”, continuó.

Y volvió a replicar al auditorio de la Usina del Arte aquella anécdota que la hizo conocida "por contar lo que pasó la primera vez que entré a un baño".

“Y lo que pasó fue que vi un inodoro y un bidet y no sabía realmente lo que era un bidet, entonces pensé que las familias ricas tenían dos inodoros y era simplemente algo de ricos”, sostuvo.

La bahiense consideró que ése fue un clic en su vida, además mencionó que a los 16 años ya se encontró siendo mamá de un niño de 2 años y teniendo que incursionar en el mundo laboral.

“Entré a un laburo en el que le había mentido en un montón de cosas al abuelo que cuidaba. Le había dicho que tenía 19 años (yo estaba por cumplir 16, o sea era mucho más chica de lo que había dicho), le había dicho que era auxiliar de enfermería (yo realmente no sabía agarrar un paquete de algodón). Él me inculcaba que yo estudiara, que empezara la carrera de enfermería, que empezara la carrera de medicina, que estudiara algo, que leyera, que hiciera lo que sea, pero que hiciera algo a nivel institucional”, dijo.

Y agregó: “Yo tenía la costumbre de decir siempre que tenía la secundaria completa, pero debía tres materias ¿Por qué decía que debía tres materias? Bueno, porque era la forma de asegurarme que, si me pedían algún papel, no lo tenía ¿Por qué? Porque debía las tres materias. Era mi forma de mentir sin necesitar falsificar ningún papel, que no es que no lo hubiera hecho por algo moral, sino porque falsificar ese tipo de papeles es carísimo y yo en ese momento era más pobre que una laucha”.

Según Mayra, entró a ese trabajo "mintiendo en absolutamente todo" pero, a pesar de eso, en poco tiempo logró ganarse el afecto "de ese abuelo y de esa abuela que tenían 84 años".

Me hicieron leer a Cortázar, me hicieron leer a Borges, me hicieron leer a José Ingenieros, me hicieron leer a un montón de escritores y cambió mi cabeza en un montón de cosas. En ese momento empecé a pensar que quizás estaba bueno terminar la secundaria en serio y dejar de mentir, porque yo venía mintiendo hace un montón en lo laboral, desde siempre. Y ese trabajo fue de alguna manera lo que me llevó a intentar cambiar mi vida”, describió.

En la continuidad de la charla, la joven reconoció que siempre guardó algo de todas sus experiencias laborales, e incluso mencionó un episodio en épocas de adolescencia.

"A los 14 años tuve un laburo del que me echaron y me dijeron que iban a ‘prescindir de mis servicios’. Yo tenía 14 años, pero había dicho que tenía 16, toda mi vida laboral era en base a la mentira. Cuando me dijeron eso, a mí la palabra prescindir me sonaba a imprescindible. Entonces cuando me dijeron eso pensé que me iban a dar más laburo. Al otro día me presenté a laburar como siempre, normalmente, y ahí mi patrón con un poco lástima incluso, porque fue muy paternalista y bastante humillante, me dijo: ‘No, mirá, prescindir significa que no te vamos a necesitar más’. Fue tan incómoda esa situación de que te tengan que explicar una palabra, que ahí dije tengo que empezar a estudiar o tengo que volver a la escuela. Tengo que hacer algo con mi vida”, manifestó.

En ese entonces, en los albores de la adolescencia, Mayra quedó embarazada y se produjo la llegada de su hijo Joaquín. Y luego llegó la inspiración de Víctor, "este abuelo maravilloso que me obligaba a leer" y a debatir los libros. A quien le atribuyó "la idea de estudiar, de hacer algo con las palabras".

“Siempre tuve algo con las palabras porque de chica salía a pedir y cada vez que pedíamos o cada vez que salíamos a pedir a una empresa, a una casa, a donde fuera que pidiéramos, yo prestaba mucha atención a qué palabras les importaban a las personas, o qué palabras las impresionaban. Si las impresionaban los buenos modales o si las impresionaba algún lenguaje en particular. Si eran hombres me comportaba de una manera, si eran mujeres o si eran viejitas, me comportaba de otra. entonces siempre prestaba mucha atención a las palabras”, relató.

“Y entonces leí un libro que se llama “Papillón”, que es de Herni Charriere. Trata de un tipo que estuvo en cana toda su vida y el libro es él contando toda su vida en prisión y cómo siempre intentó escapar. Yo lo encontraba bastante parecido a la pobreza, esa idea de la prisión. No está institucionalizado pero la pobreza es como una cárcel. No es una cárcel que tenga cerradura y candado, pero es una cárcel de la que es muy difícil salir y de la que es muy difícil también darse cuenta de que estás en la cárcel”, añadió.

Mayra, ante la respetuosa y atónita mirada del reducido auditorio juvenil, reconoció que nunca le alcanzó con tener un solo trabajo y siempre buscaba aquellos en los que aceptaran a su hijito.

“Me metí cama adentro, fui cama adentro varios años en varias familias. Cuidamos familias de todo tipo, o acompañamos a viejitos de todo tipo con mi hijo. Incluso familias pobres, porque también existe que el sueldo te lo pague PAMI o la obra social de la persona, no es que trabajé siempre en casas de ricos, aunque la mayoría de las veces sí”, mencionó.

La bahiense destacó que, junto a su pequeño, descubrió lo que era “la vida en una casa más allá del piso y el baño, en una casa con un cuarto para cada uno, con calefacción”. Algo que reconoció que desde chica “miraba con cierto recelo y resentimiento”

“¿Para qué necesitás tantas habitaciones en una casa cuando hay gente que vive hacinada? ¿Para qué necesitás tanto espacio si se puede vivir con lo mínimo? Y bueno y descubrí en esos trabajos que fui cama adentro entre los 18 y los 22 años que estar cómodo no tiene nada de malo, o que vivir cómodo no tiene nada de malo. Todos esos trabajos me fueron enseñando diferentes cosas muy valiosas. La verdad es que no fueron trabajos que en un currículum me abrieran puertas importantes a nada, pero siempre de cada patrón o de cada familia algo me llevaba”, dijo.

En otro fragmento, hizo mención del instante que se puso de novia, a sus 19 años, con un “cheto” que tuvo una influencia mayúscula en su vida.

Hoy miro para atrás y de cheto no tenía nada, y ya no uso la palabra cheto tampoco, me parece bastante infantil. Pero en ese momento a mí me gustaba un cheto y era algo que no me lo podía permitir. Pero bueno, estaba bastante enamorada y esta persona también estaba bastante enamorada de mí, así que tuvimos una relación. Y esta persona siempre me maquinaba con que estudiara de verdad, con que institucionalizara mis estudios, con que cambiara mi forma de vestir. Yo no traje material fotográfico, pero si yo les muestro una foto antes y después de esa persona, realmente es como un antes y un después de pasar por una institución. Yo me vestía como en el imaginario de ustedes se viste cualquier villera: buzos de acetato grande, jean grande, enorme, en esa época se usaban los dragones, que eran una cosa espantosa acá al costado hecha con lavandina o con una estampa. Y si bien siempre tuve bastante lenguaje porque me importaron las palabras para tratar con las personas, yo hablaba con la tonada villera, con la tonada que escuchamos siempre que usan las personas de las villas. Y después de esta persona cambió radicalmente mi forma de vestir”.

Infobae publicó más textuales de la rica charla que la bahiense plasmó en su ciclo.

Fuente: Telefe Bahía/Infobae

Fotos: Infobae

 

 

 

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