Portada  |  01 septiembre 2017

Musulmanes en Argentina: "Aquí todas las personas me conocen y me tratan bien"

De sonrisa contagiosa, mirada compasiva y caminar animado, así se muestra Samer. Parece un hombre común pero es un alma luchadora dueña de una historia de vida que empezó en Siria y continúa en Argentina. Te invitamos a conocerlo y adentrarte en las costumbres de los musulmanes en Argentina.

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Samer es musulmán, tiene 42 años. Llegó a Buenos Aires en 2001 cuando la Argentina se encontraba inmersa en la peor crisis de su historia política y económica. Si bien no le fue fácil adaptarse. Trabaja como cocinero en una reconocida panadería de comida árabe ubicada en San Cristóbal. Barrio porteño con muchos vecinos pertenecientes a la comunidad musulmana, allí todos lo conocen y lo quieren.

"Alhamd lillah" significa gracias a Dios en árabe, así inicia la charla el musulmán que aterrizó a los 27 años en Buenos Aires, buscando nuevas oportunidades y supo ganarse el cariño de los porteños. "Ellos me quieren, yo los quiero a ellos" y se da vuelta a saludar a un cliente que le pide unos panes exquisitos para llevarse a su casa. "Será que tengo el carisma de Alá (su Dios)", agrega sonriendo.

Los musulmanes no comen cerdo, tampoco toman alcohol ni siquiera prueban una torta que pueda llegar a tenerlo. Rezan cinco veces al día siempre lo hacen mirando hacia el este, que simboliza el centro de la Meca (Kaaba).

El té para Samer es como el vino árabe. La charla con www.telefenoticias.com.ar empieza con su invitación a tomar la infusión como símbolo de bienvenida y calidez, para que el otro se sienta como en casa. Y lo logra más aún cuando llegan a la mesa unos postres de masas filo (Yufka) hechos por sus manos. "Mi trabajo acá es artesanal, requiere mucha dedicación", explica. Cuenta que el amor por la cocina lo heredó de su madre, ella preparaba la comida para él y sus seis hermanos, entonces alguna que otra vez les tocaba ayudarla.

Nació en Damasco, capital de Siria, y llegó a nuestro país motivado por el amor de Nahir, una argentina que conoció en Costa Rica.

"No hay lugar para la convivencia en nuestra cultura, preferimos casarnos. Y si bien mi mujer quiere trabajar, no lo creo necesario si yo lo hago", agrega Samer.

Su vida no cambió desde su llegada. Conserva sus costumbres, reza cinco veces por día. Continúa la tradición de Ramadán (mes sagrado musulmán), el ayuno que empieza antes de la salida del sol (a la madrugada) y continúa durante el día.

"El musulmán no se cambia, ni en Argentina, ni en China. Es una promesa de fe entre vos y Alá", explica Samer. 

"En el sacrificio el ser humano revela todo su ser. El rico siente tanto hambre como el pobre. Dios manda a hacer abstinencia para entender el alma", añade.

Aunque no es sólo una tradición a respetar, también explica que, por ejemplo, con sus familiares se piden disculpas para sacar las broncas, si no la vigilia no vale.

Tiene dos hijas, de 6 y 9 años que lo cargan por hablar como "tarzán", prometiéndole enseñarle mejor el idioma cuando ellas sean grandes. Mientras tanto, él las educa rodeadas de sus costumbres ancestrales. "Mis hijas rezan conmigo. Para hacerlo no necesitamos un lugar especial: nos paramos sentados frente al piso, arrodillados. Son tres maneras de rezo, a la madrugada, cuando el sol está por bajar y a la medianoche, le agradecemos a Dios que vivimos un día nuevo".

Para los musulmanes "cada momento que pasa es una ocasión especial de gratitud a Dios, por el pan en la mesa y la buena manera de vivir".

Samer explica la importancia que le da a su obligación como padre. "Las educo como mi familia lo hizo conmigo, después ellas elegirán su destino. Hay que aconsejar a los hijos, nadie sabe el futuro".

Según Samer, la comunidad musulmana en Argentina es muy generosa, viven en sus costumbres y no por eso dejan de querer y respetar a las otras religiones: cristianos, judíos, a quienes necesiten su ayuda, se la dan.

"No es como dicen en otros lados del mundo que somos malos" -se entristece Samer. "Cuando escucho esas cosas, siento que quieren generar bronca y conflictos. Nosotros no vivimos con ese problema. Donde voy y digo que soy de Siria nunca sufrí discriminación", destaca al referirse a la aceptación de los argentinos.


Aunque admite que algún loco siempre hay. Una vez caminando por la calle su mujer estaba usando el pañuelo, una costumbre musulmana femenina, y le gritaron "Alssalam ealaykum". Bin Laden". Usaron su saludo de bienvenida para agredirlos. Él mostró serenidad contestándole "cómo estás?, todo bien?".

"Cuando escucho violencia del otro, me siento a hablar y le pregunto por qué actuó así. No tengo problema en ayudar, a veces la información viene mal. Hay mucho ataque en el mundo al musulmán".

Cree que forma parte de un pueblo que siempre vivió en paz hasta que los intereses políticos y económicos se interpusieron en su camino, por ser centro del mundo, cuna de religión y petróleo.

Mira por la ventana de la panadería que resulta ser su trabajo hace 17 años y cuenta con orgullo que cuando termina su jornada laboral, se acerca a la mezquita vecina a rezar. "Mi fe en el islam se crea con Alá. Creemos en el destino bueno y malo, en los ángeles, en el buen y mal momento. En el Islam no hay que agredir, la maldad es rechazada, respetar al otro es el punto clave. Creemos que hay un Dios único, cada uno puede practicar la fe como quiera", subraya. Los musulmanes proclaman y respetan el libro sagrado de Dios (Corán), por el bien del otro y de su comunidad.

En Siria continúan viviendo su familia y algunos amigos. "A mi mamá la traje hace cuatro años y no se acostumbró, le pedí que lo piense: allá hay bombas, no hay agua ni luz, no hay vida normal, pero me pidió volver porque quería morir donde nació". Samer confiesa que la extraña y también a su tierra, su infancia y recuerdos, están allá. No descarta volver algún día.

Por Adriana Sandro | @adriana_sandro

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