En 2015, el primer grito de #NiUnaMenos en Argentina fue la continuidad dolorosa de aquel “Ni Una Más” que surgió en Ciudad Juárez, México, frente a la brutalidad de los femicidios. Su creadora, Susana Chávez, fue asesinada en 2011, víctima del mismo horror que denunciaba.
En Argentina, desde ese primer 3 de junio, se registraron 2.590 femicidios, según el Observatorio Nacional de Mumalá.
“Lo que no se nombra no existe, por eso hablar de femicidio —el asesinato por razones de género— es indispensable para visibilizar lo que muchas veces se intenta silenciar. Significa que ser mujer o disidencia puede ser motivo suficiente para que nos maten. Y esta violencia se agrava cuando se cruzan otras opresiones: pobreza, migración, discapacidad, orientación sexual o color de piel", apunta la psicóloga Daniela Gasparini (MN 50.200).
El femicidio es la punta del iceberg, antes de ese final fatal hubo una historia de violencias: físicas, psicológicas, económicas, sexuales. "El femicidio es la expresión extrema del poder patriarcal, la concreción del ejercicio de poder absoluto sobre la vida de una persona basada exclusivamente en condiciones de género", indica la Lic. Gasparini, especialista en Estudios de Género y Trata de Personas.
Entonces, "desde una perspectiva psicológica, la construcción de las subjetividades de masculinidad y femineidad se da sobre la base de relaciones de dominación, donde se produce una diferencia sexual jerárquica. Una narrativa que nos hace naturalizar hasta el propio malestar que resulta de experiencias profundamente violentas", reflexiona Gasparini.
La violencia de género es la ejecución de la misoginia: el odio, rechazo o desprecio hacia lo femenino. Históricamente, lo femenino se asoció a lo emocional, débil, delicado, privado y doméstico; lo masculino, a lo racional, fuerte, público y productivo. Esta jerarquización legitima el sometimiento, la asimetría y genera la desigualdad.
La violencia psicológica, contemplada en la Ley 26.845, es la que causa daño emocional y la disminución de la autoestima de la víctima. Es una violencia que busca degradar o controlar: hay amenazas, acoso, hostigamiento, humillación, deshonra, insultos, descrédito, chantaje, manipulación e aislamiento. "La mayoría de las veces el agresor cela constantemente a su víctima, hasta que produce un efecto de sumisión que provoca que la víctima llegue a dudar de ella misma y de las personas que le generan confianza. Esta violencia es muy efectiva porque termina aislando a las víctimas de quienes eventualmente la podrían ayudar a salir del círculo de la violencia en el que se encuentran".
El mito del amor romántico —la entrega total, la dependencia, la devoción— es uno de los grandes soportes simbólicos de la violencia. "Incluso nos enseñaron que los celos eran señal de amor, cuando son una forma de control. Nos educaron para idealizar vínculos tóxicos, y a llamar amor a lo que muchas veces fue violencia", explica la Lic. Gasparini.
"El violento se fortalece sobre el debilitamiento emocional de la víctima. El violento es esencialmente manipulador. Utiliza todas estas estrategias que buscan la sumisión y el aislamiento de la víctima. Algunas veces, estas situaciones terminan en suicidios femicidas: mujeres que, para dejar de sentir dolor, se quitan la vida", agrega la especialista.
La OMS lo dijo con claridad: la violencia de género es una epidemia global. "Hay que romper con la idea de que ser violento y femicida es una patología individual. No se trata de 'hombres enfermos', sino de 'hijos sanos del patriarcado'. La misoginia no es genética ni inevitable: es cultural, estructural, aprendida. El odio de género es una construcción social que se traduce en un problema de salud mental y no al revés", afirma Gasparini.
¿Qué es una mujer sin libertad, sin derecho a decidir, sin acceso a recursos básicos, sin dignidad? Este es el femicidio simbólico que atravesamos históricamente.
"No hay mujer que no haya sentido, en algún momento de su vida, el peso de la desigualdad naturalizada, porque no hay mujer que no haya sufrido alguna vez en su vida alguna forma de violencia por el solo hecho de ser mujer. Es perturbador lo fácil que le ha quedado a una cultura tan injusta naturalizar nuestras penas, nuestros dolores, nuestras muertes a manos de quienes, en nombre del 'amor' nos han odiado", sostiene la psicóloga especialista en género.
"A 10 años de aquel grito colectivo, no olvidamos: #NiUnaMenos no fue un momento, porque aún en el duelo, aún con la bronca, aún con el miedo, seguimos de pie", concluye Gasparini.
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