"Con el paso de los años, fui comprendiendo el rol esencial que pueden tener las víctimas del terrorismo: no solo como testigos, sino como impulsores de cambios y educadores para la paz. Nuestras historias pueden ayudar a tomar conciencia sobre las verdaderas consecuencias humanas del extremismo violento", dijo Ana Evans ante el silencio de un auditorio que el martes pasado recordó a las víctimas del terrorismo en Argentina y el mundo.
Ana es la viuda del rosarino Hernán Mendoza, quien falleció junto con otros cuatro amigos en 2017 en un ataque terrorista en Nueva York, adonde habían viajado para celebrar el 30° aniversario de graduados de la secundaria.
"En cada oportunidad que tuve de hablar, me enfrenté al desafío de aprender, de descubrir nuevas formas de salir adelante, de encontrar las herramientas necesarias para seguir viviendo. El reto más grande fue, sin dudas, el de transformarme", confesó la viuda, lejos de rencores y odios.
"Somos testigos de una historia que jamás elegimos vivir. Sin embargo, estoy acá, eligiendo cómo responder ante el dolor. Decido transformar la tragedia personal en una fuerza colectiva, impulsando proyectos de paz, promoviendo el diálogo y el entendimiento. Mi objetivo es construir sociedades más pacíficas, dar espacio a más voces, inspirar acciones y fortalecer el empoderamiento para un futuro basado en la paz, la solidaridad y la resiliencia", subrayó ante familiares y amigos de otras víctimas del terrorismo.
"Fueron años de lágrimas silenciosas, de aislarme, de refugiarme en mi propio mundo. Años de resistir, de superar obstáculos, de romper límites, de lograr récords personales tanto físicos como emocionales. Entre medio, hormonas alteradas, erupciones en la piel, alergias, ataques de pánico, insomnio, soledad y miedo. Una combinación de tiempo y circunstancias que cambió nuestra vida para siempre, sumergiéndonos en una realidad desconocida y ajena, pero tan real que modificó nuestros planes de vida", relató Ana, quien debió hacerse cargo de sus tres hijos.
"Desde el primer instante de un ataque terrorista, la vida de las víctimas se detiene. Por un lado, están quienes pierden la vida, recordándonos lo frágil y fugaz que es el tiempo, y cómo en un segundo pueden arrebatarnos el derecho a vivir. Luego cuesta aceptar que esto es real, que a partir de un ataque hay que aprender a convivir con la pérdida de inocentes y con actos de violencia que nos marcan para siempre", agregó.
Una familia sin padre
"Todo se vuelve aún más difícil cuando hay chicos. Mirar la situación desde sus ojos, tan inocentes, duele el doble. Niños que no conocían la guerra ni la crueldad humana, ahora arrastrados al horror. ¿Cómo decirle a un hijo que todo va a estar bien? ¿Cómo enseñarle a no tener miedo, cuando uno mismo está lleno de temor y desamparo? Ellos nos miran en silencio, esperando respuestas. Sin haber vivido mucho, ya deben aprender a lidiar con la pérdida. La infancia se rompe y tienen que aprender de maldad, de horror, de ausencias y de angustia. El escudo que los protegía se destruyó, y los desafíos siguen", describió Ana.
"Para un niño el dolor será su compañero de vida. Crecerá con la ausencia, sin recuerdos previos de una vida sin sufrimiento. Le arrebataron no solo a un ser querido, sino el derecho a una infancia plena. Porque los chicos, antes de hablar, cantan; antes de escribir, dibujan; antes de caminar, bailan. Pero los niños víctimas del terrorismo, antes de todo eso, ya se sienten incompletos y desprotegidos", determinó.
"Lo más duro fue tener que contarles a mis hijos lo sucedido. Un momento desgarrador, con reacciones distintas pero igual de dolorosas. El segundo paso fue aceptar la muerte y el dolor como algo permanente. El tercero, enfrentar la pérdida para luego poder enseñarles a ellos cómo hacerlo. El duelo es intransferible, nadie puede vivirlo por otro, ni siquiera por un niño de 3 años", recordó.
Sin embargo, Ana logró educar a sus hijos sin odio ni resentimiento, lo que implicó "un desafío enorme. Hay que darles justicia, contención y esperanza. Porque cuando entienden que no fue una muerte natural, sino un asesinato brutal, van a necesitar aún más apoyo. El mal despliega su odio, pero existe una fuerza más grande: la de quienes elegimos la paz, el amor y la luz. Esa convicción hace la diferencia a largo plazo".
Ana fue aplaudida de pie por un público capaz de entenderla desde sus propias historias de dolor.
Aprovechó la oportunidad de hablar en el Senado para hacer un reclamo colectivo: "Las víctimas del terrorismo necesitamos leyes que nos protejan y reconozcan. Es fundamental eliminar las trabas burocráticas que nos vuelven invisibles. Nuestros derechos deben estar garantizados, tanto en el país como en el mundo. Nadie, y mucho menos un niño, debería crecer desamparado por un sistema que lo ignora".
"Hay que crear espacios de acompañamiento, honrar a quienes ya no están y sostener a quienes día a día enfrentamos el desafío de sobrevivir. El dolor nunca desaparece, pero hay que transformarlo, cada uno a su manera. Requiere tiempo, paciencia, amor y coraje. Salir de la oscuridad exige valentía y mucha paz", concluyó.
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