Un hallazgo inesperado sacudió al barrio: los restos de Diego Fernández Lima, un adolescente que había desaparecido hace 41 años, fueron encontrados bajo una medianera que divide dos casas del barrio. La pared, que durante décadas fue solo un límite de cemento, se convirtió en la clave para develar un misterio que marcó para siempre a la familia del chico al que su papá buscó sin descanso hasta el día de su muerte.
Detrás de esa medianera se esconden historias de dolor, de lucha y de silencios. De un lado, la casa de la familia Graf; del otro, la vivienda donde vivió Gustavo Cerati. Entre ambas, el horror: allí, bajo esa pared levantada recientemente, apareció el cuerpo de Diego, el amigo y compañero de secundaria de Cristian Graf.
Durante cuatro décadas, Pochi (Irma), la mamá de Diego, mantuvo intacto el cuarto de su hijo, esperando su regreso. El papá, Tito, recorrió el barrio en bicicleta, con un anotador donde registraba cada pista, cada dato, cada esperanza. Su búsqueda incansable lo acompañó hasta el final de sus días, sin respuestas y con el peso de la ausencia.
El hallazgo movilizó a todos, salvo por la familia Graf, allí se encontró el cuerpo pero desde entonces la propiedad se convirtió en un búnker completamente cerrado. Hasta que, por primera vez en varios días, la puerta de la casa de se abrió este viernes. Una mujer despidió a un hombre joven y Germán Condotto, cronista de Telefe Noticias, lo buscó para saber algo más sobre los sucedido. Sin embargo no hubo respuestas.
El silencio de la familia se sumó a la intriga: nadie quiere hablar, ni explicar cómo apareció el cuerpo de Diego en ese patio. Incluso Cristian Graf, principal investigado por la justicia, cerró sus redes sociales, buscando evitar comentarios y eludir el contacto con el exterior.
Los vecinos remarcan la quietud de la casa, las persianas siempre bajas, la falta de movimiento. Ahora, todo cambió. El cartel de Coghlan Motors en el fondo del patio refuerza el vínculo entre Diego y Christian: compartían no solo la secundaria, sino también la pasión por las motos.
La reconstrucción de la historia llegó de la mano de los amigos de la infancia. Compañeros de la primaria recuerdan a Diego como un pibe risueño, fanático del deporte y de las motos. Las imágenes de aquellos años, las medallas ganadas en fútbol con Excursionistas, el casco de moto guardado por su mamá, son testigos mudos de una vida truncada.
Uno de los momentos más conmovedores fue el reencuentro de los amigos con Pochi. Fueron a visitar a la mamá de Diego y recorrieron su habitación, que permanece intacta, en el patio la moto del adolescente sigue allí, aunque su mamá ahora asegura que ya no la quiere: es que sabe que su hijo ya no va a volver a buscarla. La esperanza de un regreso ya no existe, pero ahora Pochi tiene una respuesta sobre lo que pasó y espera justicia.
El recuerdo de Tito, “un alma en pena”, según los vecinos, sigue vivo en el barrio. Su bicicleta y su anotador, ahora en manos de la justicia, son parte de la búsqueda de verdad que moviliza a todos. Hoy, a 41 años, el hallazgo del cuerpo de Diego acerca un poco más la respuesta a la pregunta que nunca dejó de doler: ¿quién y por qué lo mató?
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