Cada vez hay más chicos que sufren violencia escolar. Y lo peor es que no queda en un episodio aislado. Generalmente las secuelas psicológicas perduran. Y mucho.
Tiziano tiene 15 años. El año pasado vivió un calvario. Durante meses un grupo de compañeros de su escuela secundaria de Ingeniero Budge no paró de hacerle bullying.
Lo insultaban, lo acosaban, lo perseguían por la calle, le arrojaban cosas y hasta llegaron a amenazarlo de muerte. Tan grave fue la situación que su madre hizo la denuncia policial.
A sus agresores finalmente los cambiaron de curso o de turno, pero un año después Tiziano sigue agobiado por lo que vivió.
Tiembla de miedo cada vez que se cruza con alguno de ellos en la escuela y hasta empezó a sufrir ataques de pánico en la vida cotidiana.
Tal fue su desequilibrio emocional, que su madre llegó a temer que se suicidara.
Pero los casos de violencia escolar no sólo ocurren en colegios secundarios o primarios. La escalada ya llegó a los jardines de infantes.
Y Carla puede dar fe de eso. Su hija, Milagros, 5 años, cuando estaba en sala de 3 fue golpeada por un compañerito que ya atacó a varios nenes.
Pasaron dos años, pero Milagros no logra superar el trauma.
“Muchos días me dice que no quiere ir al jardín y ni siquiera va a los cumpleaños porque tiene miedo de encontrarse con este nene”, cuenta Carla.
Y no solo en ese aspecto cambió la vida de su hija. También en lo anímico. “La veo triste. Muy triste”, se angustia Carla.
Agradecimiento: Club Villa Klein
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