Portada  |  02 junio 2022

Cómo es vivir con misofonía, la enfermedad que padece Natalia Oreiro

Casi desconocida, la misofonía se visibilizó hace poco, a partir de que la actriz Natalia Oreiro confesó que la padece. Su testimonio permitió que mucha gente pudiera, al fin, ponerle nombre a lo que le pasa y tanto la atormenta.

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Para la mayoría, el sonido que produce otra persona al mascar chicle, comer, cepillarse los dientes, escribir con un teclado o simplemente respirar, es apenas parte de la vida cotidiana. Pero para ellos, los que padecen el trastorno conocido como misofonía, en cambio, puede ser ni más ni menos que un calvario. Se estresan, se tensionan y hasta pueden sufrir ataques de furia.

Casi desconocida, la misofonía se visibilizó hace poco, a partir de que la actriz Natalia Oreiro confesó que la padece. Su testimonio permitió que mucha gente pudiera, al fin, ponerle nombre a lo que le pasa y tanto la atormenta.

Es el caso de Alicia, una psicóloga que ya a los 7 años detectó que había determinados sonidos que la irritaban mucho. Fue cuando decidió retirar todos los relojes que había en su casa y ponerlos dentro de una caja ante el desconcierto de sus padres. “No soportaba y sigo sin soportar el ruido de los relojes”, cuenta.

Pero hasta el año pasado, cuando lo escuchó de boca de Oreiro, Alicia no supo que a otras personas les pasaba lo mismo y mucho menos que la ciencia lo llamaba misofonía, término que proviene del latín. Miso significa odio y phonia, sonido. “Fue muy aliviador saber que esto era lo que me pasaba a mí y que no era una loca o una rayada, como me decían todos”, explica Alicia.

Analía Nicassio, médica de la Unidad de Acúfenos e Hiperacusia del Hospital Italiano, explica que “por lo que se sabe hasta el momento, las causas son tanto psicológicas como neurológicas. No hay una cura, pero sí tratamientos que ayudan a mejorar al paciente, lo cual no es poco, porque la verdad es que les genera mucha angustia”, agrega.

La que pueda dar fe de eso es Karen, quien a los 15 años se convenció que de lo que le pasaba tenía que estar explicado en algún lado. Y con esa certeza empezó a buscar en internet hasta descubrir de qué se trataba.

También para ella saberlo fue sacarse una gran mochila de encima. Pero de ahí a solucionarlo hay un largo trecho. “Yo no voy al cine -admite-. Porque no soporto el ruido de alguien que esté comiendo pochoclo y ni siquiera cuando le sacan el papel a un caramelo. Si voy, sufro y no puedo mirar la película”, asegura.

Y la misofonía no solo la afecta para ir al cine. También en su propia casa. “Muchas veces como sola o si estoy con otros como rápido para irme, porque no soporto el ruido que hacen los demás al masticar”.

Es tal la molestia que siente que tiene que hacer un gran esfuerzo para reprimir sus ganas de golpear a la otra persona. “Me pongo tan mal que me represento eso, pero por suerte nunca llegué a hacerlo”, aclara Karen.

Y la rabia se potencia, obviamente, cuando los otros minimizan o hasta se burlan de lo que le pasa. Algo que lamentablemente ocurre con frecuencia.

Es que más allá de los tratamientos que puedan encarar quienes sufren misofonía, la clave está en la comprensión del resto de la sociedad. También por ahí pasa buena parte de la solución.

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