Alesia vivió toda su vida en Dolores. A los 18 años, tuvo a su primera hija, Valentina. Cuando la nena tenía 5 años fueron a un hogar a hacer una actividad y conocieron a Johana y Sheila, dos hermanitas que no recibían visitas ni padrinazgos. Empezaron a salir a pasear, a pasar más tiempo juntas hasta que decidió adoptarlas.
La familia ya estaba completa cuando una noticia emocionó a todos, estaba embarazada. Esta vez Emma venía en camino, nació en un parto divino y fue muy cuidada por sus hermanas. Pero cuando tenía dos años Emma no se sentía cómoda con su pelo, con su forma de vestir. Hasta que un día les dijo, “Yo no soy Emma, soy Fausto”. Desde muy pequeño, Fausto expresó su deseo de ser reconocido como niño, un proceso que desafió y unió a toda la familia, pero que también fue de un gran aprendizaje sobre la identidad de género.
Alesia, junto a sus hijas aprendieron a dejar de lado prejuicios y a priorizar la felicidad de Fausto, quien hoy es un niño transgénero feliz y seguro de sí mismo.
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