No fueron gambetas, ni goles, ni vueltas olímpicas. Fueron gestos. Cuatro momentos en los que Diego vio a alguien en apuros y decidió intervenir, a su manera, con esa mezcla de desparpajo y corazón que lo volvía único.
Alberto “Conejo” Tarantini, campeón del ’76, atravesaba un pozo económico cuando Diego apareció con una solución simple y contundente: pagó el colegio de sus hijos. Sin cámaras, sin anuncios. Solo un jugador ayudando a otro cuando más lo necesitaba.
A Nora Vega, múltiple campeona mundial de patín, la sorprendió con un acto tan cotidiano como inolvidable: le prestó su Coupé Fuego para que pudiera volver a su ciudad cuando quedó varada en Buenos Aires. Y no solo eso: la acompañó en su carrera, apoyando a una atleta que llevaba su bandera por el mundo.
Aylen Romachuk, campeona nacional, sudamericana y panamericana de taekwondo, tenía que viajar a la Copa del Mundo en Hungría. No tenía el dinero. Diego lo resolvió con la frase más tranquilizadora del planeta: “Quedate tranquila, yo te voy a ayudar”. La quiso conocer, la escuchó y le regaló un mantra inolvidable: “Transpirala. El resultado no importa, dejá todo. Yo la transpiré, vos sabés lo que es esa camiseta. Lo que digan los demás te tiene que chu… un huevo”.
Y está la historia más feroz, la más humana: Pedro “Moncho” Monzón, subcampeón del ‘90, estaba al borde del suicidio. Diego lo llamó, fue a buscarlo, se le sentó al lado y lo frenó. Le recordó que acababa de nacer su hija —a quien todavía no conocía— y le dio la plata para que viajara a Tucumán a verla. Ese día, literalmente, le salvó la vida.
Cuatro gestos. Cuatro personas que llevan en la memoria una ayuda que no pidió permiso, que no esperó nada a cambio. Maradona en estado puro.
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