“Cerrado por vacaciones”. El cartel es un clásico de los comerciantes en enero. Pero este año son muchos los que no lo colgaron. La caída en las ventas los obligó a tomar una drástica decisión: cancelar los días de descanso y seguir vendiendo como se pueda.
Alberto es un ejemplo. Propietario de un autoservicio en Olivos, siempre se tomó al menos una semana de vacaciones. “Esta vez no puedo”, se lamenta. “Me cayeron un 25% las ventas y me subieron muchísimo los servicios, sobre todo el agua. Cerrar una semana es un lujo que no me puedo dar”, agrega.
Karina tiene hace seis años un kiosco en Paraná al 600, en plena zona de Tribunales. Y este verano es el primero que no va a cerrar por vacaciones. “Entre lo que aumentó el alquiler del local y lo que me bajaron las ventas me es imposible”, se angustia.
El mismo panorama es el que enfrenta Cecilia, dueña de la dietética Almendra (almendra.almacen.natural), en Monte Castro.
Con su socia decidieron mantener el local abierto todo el verano. “A lo sumo algunos días nos vamos a rotar como para poder descansar un poco, pero para cerrar por vacaciones no nos dan los números”, cuenta.
Tres historias que resumen las de miles. Todas reflejadas por el mismo espejo: el de la recesión.
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