Daniel Esteban Abraham Cairo fue condenado a 37 años de cárcel por secuestro extorsivo, robo calificado y tentativa de homicidio a una oficial de la policía. Lleva 12 años detenido.
Nació en La Boca, pero se crió en Claypole. Creció junto a su madre, su padrastro y cinco hermanos. Él es el segundo. Fue el único que se dedicó a la delincuencia.
Terminó el primario, pero luego con el fallecimiento de su padrastro la situación económica familiar empezó a deteriorar y dejó la escuela para comenzar a parar en la esquina. Allí los más grandes del grupo eran delincuentes y él les pidió que le enseñaran a robar. “Cómo vieron que yo tenía sangre me empezaron a llevar, yo no titubeaba”.
“Yo robé desde una pelopincho hasta un banco, antes de eso vendía diarios, pero sólo conseguía nueve pesos por día, en mi casa no alcanzaba para nada”, se justifica. Después se jacta de haber robado más de 13 bancos.
El 15 de septiembre 2006, robó un auto, tomó a una policía como rehén y para evitar que lo siguieran le disparó en la panza y la tiró del vehículo en movimiento. La policía sobrevivió, pero quedó con graves heridas. “Ella presenció el juicio, estaba adelante mío en silla de ruedas”. Ese mismo año –dice sin inmutarse– también había realizado varios secuestros.
LA VIDA EN LA CÁRCEL
En la cárcel su vida es un calvario, su compañero de celda mató a más de ocho. “La vida en prisión se me empieza a complicar porque mi compañero de causa empezó a matar presos y eso repercutía en mí, se querían vengar matándome”, cuenta nervioso.
Recibió más de 14 puñaladas y no puede vivir en pabellones de población porque su vida corre peligro, por eso vive en celdas de admisión de un pabellón cristiano. “Yo sí lo tengo que poner a uno lo pongo, yo doy la vida por él”, exaltando su lealtad por su compañero.
“No me importa que me quieran matar, aunque todos los días tengo miedo de que me maten”, sentencia luego. Después cuenta que mató a un preso durante una reyerta en la unidad 13 de Junín.
Tiene dos hijos de 18 años y dice que se arrepiente de todo porque al final no tuvo vida. Lleva un tatuaje de San La Muerte en la espalda y en otro en el brazo, fue un férreo devoto de ese santo, aunque ahora todo cambió. “Estoy enojado con San La Muerte, porque acá voy a terminar muriendo”.
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