Ellos son médicos, pero no cualquier médico, son los que atienden a los más chicos de la familia, son pediatras. Se encuentran con las preguntas más insólitas y las inseguridades más grandes de los padres.
Son los encargados de poder acompañar el crecimiento y desarrollo de los chicos, detectar enfermedades y poder guiar a los padres en este camino de la crianza.
El acompañamiento a las familias es mucho más que diagnosticar una gripe o un virus, por eso las consultas son largas, las charlas son profundas y llevan mucho tiempo. ¿Será ese el motivo por el que los consultorios siempre están llenos?
Su trabajo es duro, pasan muchas horas atendiendo, tienen caramelos, juguetes, bloques, muñecos, títeres y demás artilugios para conseguir poder revisar a los pequeños sin que lloren.
Para sus hijos no son muy objetivos, según cuentan, la mayoría tiene otros colegas en los que confían para sus diagnósticos.
Muchos dan su número de celular a los padres y tienen sus celulares explotados con llamadas y mensajes. Las reglas se definen antes de comenzar ese vínculo y todas las partes las respetan.
Ellos aman su profesión y a sus pacientitos, coleccionan dibujos y agradecimientos que siguen en su memoria con el correr de los años.
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