Alpina Skate era la pista más grande de la Ciudad de Buenos Aires hasta ayer, que cerró en forma definitiva, pero antes dejó entrar a los vecinos que tuvieron allí buenas vivencias para despedirse del espacio.
Ayer abrió por última vez sus puertas para que los vecinos la despidieran y se llevaran un vasito de arena como souvenir.
La pista de Flores era la más grande en suelo porteño con más de 400 metros cuadrados. El compresor que congelaba el espacio consumía lo mismo que un edificio de 10 pisos, según cálculos del dueño, Diego García Barthe. El monto mensual de luz representaba $ 230.000. El mismo importe llegó durante el aislamiento con la pista cerrada y el compresor apagado.
"Tenerla cerrada implicó gastos fijos mensuales de 50.000 pesos", contó a Buen Telefe García Barthe, su último dueño, quien la alquiló en 2012 pero que ahora la libera porque el propietario del local quiere destinarlo a otra actividad.
Para el barrio porteño de Flores representó la pérdida de un ícono. Pero "para los deportes, como el patinaje y el hockey sobre hielo, una sentencia de extinción", publicó Clarin.com.
El primer arribo ocurrió en 1911 con la inauguración del Palais de Glace, que fue construido como pista de hielo y en respuesta a la demanda de entretenimiento de la alta burguesía porteña, que en aquel tiempo llevaba un estilo de vida, costumbres y hobbies con marcado sesgo europeo.
La pista de hielo era de 21 metros de diámetro. Ocupaba el salón principal y tenía iluminación natural a través de una cúpula de vidrio y lucernas. Alrededor estaban los palcos y tribunas, y en el subsuelo máquinas que fabricaban el hielo para abastecer el espacio.
Aunque el Palais de Glace fue el primero, se sitúa el origen del deporte en la apertura de la pista de hielo del club GEBA a metros del Obelisco, a principios de los 40. Hoy, en el club que el miércoles cumple 140 años, ese espacio se transformó en un espacio de gimnasia artística para alta competición.
Por estos días, en la Ciudad de Buenos Aires solo queda una pista: Winter, en Caballito, que apenas sobrevive después de más de 200 días de cuarentena.
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