"Desde hace 15 años que estoy a cargo. Pasé más horas acá que en cualquier otro lugar. En mi infancia, vivíamos en la casa contigua porque papá quería estar al servicio las 24 horas", dijo Rossana Di Fabbio, de 47 años quien nunca imaginó que pasaría tantos días durmiendo en el asilo San José de Don Torcuato.
A la directora del lugar la ayudan su propia hermana y su pareja porque no todo el personal podía tomar la decisión de aislarse con los abuelos que allí se encuentran.
Ellos no paran y continúan con una tradición familiar que comenzó en el año 1972.
"No lo vemos como un trabajo, sino como una oportunidad para dar amor", explicó Rossanna, que desde que tiene uso de razón camina los pasillos del instituto, que levantaron sus padres, Bruno Di Fabbio (81) y Emy Loria (76).
Todos están aplicando los métodos de prevención establecidos, saben que los adultos mayores están en riesgo absoluto, por eso se ocupan personalmente que nada quede sin desinfectar, los ayudan con el lavado de manos y nada que llegue del exterior del lugar pasa sin ser examinado e higienizado.
Todo un ejemplo para que los dueños de los geriátricos entiendan que otra forma de ayudar a los abuelos es posible. Y es la que se debe hacer.
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