Para 1910, Nueva York era un caos. Las calles no daban abasto ante tanta gente tratando de sobrevivir. Las carretas debían lidiar con calles de tierra invadidas por peatones y carros de vendedores. Territorio ideal para que el crimen organizado se moviera con naturalidad.
El colapso era total y es por eso que las autoridades avanzaban a toda velocidad con la modernización de la ciudad para tratar de controlar el desborde. La tarea era larga, costosa y extremadamente compleja, pero no había opción.
Hacía algunos años había aparecido la primera línea de metro y los rascacielos protagonizaban una guerra entre constructores por alcanzar la mayor altura. Pero abajo, en las calles, la ciudad expropiaba propiedades para ampliar las veredas, calzadas y avenidas para darle así la renovación que Nueva York necesitaba.
Lo que nadie esperaba era encontrar un escollo que lo complicaría todo. Es que se derribaron barrios enteros con motivo de la renovación urbana, pero cuando los planes de obra arribaron al Greenwich Village e intentaron avanzar sobre la 7ª Avenida se toparon con un problema llamado David Hess.
El hombre era el dueño del edificio Voorhis, un pequeño bloque de apartamentos. Y una mañana de 1913, se encontró con una noticia en el NY Times que lo dejó atónito: "Los propietarios y residentes dentro de la línea de extensión de la Séptima Avenida desde Greenwich Avenue hasta Varick Street se están preparando para la demolición de los edificios dentro del área condenada".
En total, eran 11 manzanas que iban a "ser cortadas sin piedad, destruyendo muchas residencias y negocios antiguos y curiosos". El edificio Voorhis era pequeño, tan solo tenía 5 apartamentos y por esa razón el Ayuntamiento pensó que la expropiación le costaría poco dinero.
Pero Hess se puso firme. Y el valor de la propiedad comenzó a elevarse. Tal como describió el especialista Pedro Torrijos en su cuenta de Twitter: "Hay crónicas, probablemente exageradas, que dicen que el Ayuntamiento llegó a ofrecer más de un millón de dólares por el edificio de marras, lo cual equivaldría a más de 18 millones de dólares de la actualidad".
No había dinero que pudiera mover al hombre de ese lugar. Por más que la Ciudad de Nueva York propuso distintas ofertas para convencerlo, la disputa terminó en la Justicia. Allí el peso del Ayuntamiento terminó por imponerse y la batalla finalmente parecía terminada.
La ciudad derribó el edificio
El edificio Voorhis se convirtió en un montón de piedras, que luego fueron removidas y para 1916, la ampliación de la 7ª Avenida se dio por finalizada. Nadie advirtió, que en los planos de la esquina en la que antes estaba el edificio, había quedado un pequeño hueco libre.
Los únicos que lo notaron fueron los herederos de David Hess, quienes en 1921, tras estudiar a fondo los planos parcelarios, decidieron continuar la batalla. Torrijos explicó este error de la obra: "Cuando la ciudad tomó posesión del edificio y llevó a cabo las mediciones de la obra, pasó por alto un triángulo de unos 70 centímetros de lado que resultaba de sustraer el trazado de la nueva 7ª Avenida a la envolvente en planta del antiguo bloque".
Técnicamente, ese huequito que la ciudad "no estaba utilizando para su obra" seguía perteneciendo a la familia, por lo que los sobrinos del Hess fueron al Ayuntamiento e inscribieron legalmente el triángulo bajo su propiedad.
La guerra suma otra batalla
Un artículo de 1928 que se publicó en Hartford Courant, indica que la ciudad pidió a la familia que donara este diminuto espacio en el que apenas si puede pararse una persona. "Pero ellos se negaron, y el 27 de julio de 1922 instalaron un mosaico, que dice desafiante y en mayúsculas: "PROPIEDAD DE LA FAMILIA HESS QUE NUNCA HA SIDO DEDICADA A FINES PÚBLICOS".
El día después de que se colocara el mosaico, el NY Times informó: "Una de las pequeñas parcelas inmobiliarias de Nueva York se destacó ayer, cuando los trabajadores colocaron baldosas amarillas y negras en el espacio utilizado como acera en la esquina suroeste de Christopher Street y Seventh Avenue. Se despertó un gran interés en la parcela que tiene forma triangular. Es una de las piezas más pequeñas que quedan en propiedad privada como resultado del corte hace unos años de la Séptima Avenida. Se ha tasado en los libros de impuestos por 100 dólares".
La esquina al poco tiempo inauguró una tienda que todavía funciona como uno de los grandes íconos del barrio: la tienda de puros Village Cigars. Los dueños del negocio mantuvieron con enorme respeto al Triangulo de Hess, hasta que en 1938, decidieron comprar el diminuto pedazo de vereda a la familia Hess. Se pagó mil dólares (840 euros) por él.
Respecto a esto Pedro Torrijos dio un poco de contexto: "Mil dólares puede parecer poco, pero hay que saber que, con la inflación, equivalen a unos 17.000 dólares (14.000 euros) de hoy en día. Teniendo en cuenta que el triángulo mide unos 0,25 metros cuadrados, obtenemos que el valor unitario del Triángulo de Hess es de 68.000 dólares (57.000 euros) por metro cuadrado".
De modo que es, en definitiva, el terreno más caro del mundo.
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