Nené, la mujer que puede dar cátedra de resiliencia
Nélida, “Nené”, tuvo una vida signada por el dolor, la de ella es una historia de superación ante todas las adversidades. Nació en El Puesto, un pueblito muy chico de Catamarca. Recién nacida fue abandonada por su madre en el árbol que estaba en la puerta de la casa de sus abuelos paternos quienes la criaron. Su padre había tenido una relación con la madre y quedó embarazada de ella, luego de abandonarla nunca más supo de ella. Creció creyendo que su papá biológico era un tío, hasta que siendo adolescente le contaron la verdad.
La vida con esa familia fue un infierno, siendo una nena las tías la maltrataban y su padre la ignoraba, el único que le daba una suerte de contención era uno de sus tíos. Sufrió golpes y hostigamiento de parte de estas mujeres que la discriminaban. Iba al colegio pero no permitían que tuviera amigas.
El horror llegó a su vida por primera vez a los 16 años, en uno de los mandados que la enviaban a hacer, dos hombres la cruzaron en el camino y la violaron. Desgarrada del dolor llegó a la casa de sus abuelos, donde en vez de contenerla la trataron de mentirosa, de haber seducido a los hombres y la golpearon con crueldad. Al poco tiempo decidió irse de la casa para nunca más volver, el único tio que la quería le dio plata y el contacto de una familia de la capital catamarqueña que necesitaba una empleada doméstica que fuera con ellos a vivir a Córdoba, así fue.
La vida en Córdoba era todo felicidad, en paralelo al trabajo comenzó a estudiar peluquería y unos meses después se transformó en un oficio. Comenzó a trabajar en la peluquería en simultaneo a su trabajo de mucama, al poco tiempo se hizo una gran amiga que era su compañera de trabajo. La familia decidió volver a Catamarca y ella decidió quedarse en Córdoba con su trabajo en la peluquería, se fue a vivir con su nueva amiga a un departamento del centro. Se divertían mucho yendo a bailar, una noche en el club Belgrano conoció al que sería su marido: Eduardo Dávila, un jugador de futbol en ascenso que además trabajaba como obrero metalúrgico. Se pusieron de novios y tiempo después el Club Lanús compró el pase de Eduardo y decidieron venirse a vivir a Buenos Aires. Ni bien llegados a la localidad de Lanús decidieron casarse, tuvieron tres hijos.
En paralelo a su trabajo como futbolista, Eduardo comenzó a trabajar en la fábrica Siam; ella se dedicó a criar a sus tres hijos. De vez en cuando cortaba el pelo por unos pesos para ayudar a la economía familiar pero nada constante. Su marido estaba muy poco en la casa.
A sus 43 años se entera que su marido le estaba siendo infiel, la vida volvió a ser un infierno por los maltratos y los golpes de Eduardo. “Yo hacía las denuncias, pero en esa época a la mujer golpeada la trataban de loca; volví a sentir la misma sensación que tuve en la niñez”. Eduardo continuó golpeando y maltratándola mientras seguía con su relación paralela y convivía con sus hijos.
A comienzos de la década del 80, su hija mayor se casó y se fue de la casa; el hijo del medio sale sorteado para hacer el servicio militar y al poco tiempo se desata la Guerra de Malvinas a la que tuvo que ir. Su hijo de 11 años era su única compañía de día, los golpes de Eduardo llegaban a la noche.Terminada la guerra su hijo regresó vivo pero con serios problemas psiquiátricos que requerían de tratamiento.
Ante este panorama, Eduardo abandonó a la familia y no volvió a verlos nunca más. Ella entró en un pozo depresivo que la llevó a padecer un asma severa, fueron tres meses en los que veía que el mundo se la caía encima. Poco a poco comenzó a levantarse, sus hijos la necesitaban y no podía bajar los brazos. Comenzó a limpiar casas y a cortar el pelo a domicilio, eso la ayudaba a mantener el tratamiento de su hijo del medio y la educación de su hijo menor.
Esos años de dolor la convirtieron al cristianismo, si bien antes era creyente ese nuevo infierno la llevó a transformarse en una mujer de fe. Su hijo del medio logró salir adelante con el tratamiento y formar una familia; su hijo menor creció hasta convertirse en licenciado en publicidad, ella lo cuenta con orgullo.
Sus hijos le dieron 11 nietos y 4 bisnietos que la aman con locura y la admiran. Una de sus nietas, la mayor del hijo del medio, se crio y vive con ella en Lanús. Ella le propuso a su hijo ayudarla con la educación de ella cuando él decidió mudarse al sur por problemas económicos.
Hoy Nené es una mujer feliz que cuenta su pasado con orgullo, no puede creer todos los avatares que sufrieron y que siguió en pie. Pinta cuadros y tiene colgados varios en las que retrata la casa de su infancia. “Me miro y todavía no puedo entender cómo salí de todo esto”, dice emocionada. Además, una vez al año va al norte del país a misionar.
En su mano todavía conserva la alianza de su casamiento, sus hijos le cuestionan que todavía lo use. Ella dice que se lo deja porque ante Dios juró lealtad a su marido y a la familia, y ella no rompió el juramento; él se fue, ella siguió ay llevó a buen puerto a la familia. “La mujer que quiere salir adelante, sale. Dios siempre da una mano”, termina con firmeza.
Osvaldo, el aventurero de 83 años
Nació en Ciudadela, pero al poco tiempo los padres se mudaron a Capital. No tenían casa propia, alquilaban y se mudaban todo el tiempo. No tuvo una infancia traumática.
Conoció a su mujer y fueron a vivir a la casa que su suegro tenía en Villa Luro, tuvieron dos hijas. Su mujer falleció a los 42 años y el quedó al cuidado de las hijas de 13 y 15 años. Al poco tiempo el trazo de la autopista pasó por arriba de la casa y no tuvieron otra posibilidad que venderla; con la parte que le correspondía por la sucesión familiar compraron la casa que conservan hasta hoy en Liniers.
Osvaldo toda su vida fue vendedor de calzados y emprendedor, ante la adversidad respondía con una sonrisa. Nunca bajaba los brazos por más que el mundo estuviera contra él. Esa manera de animarse, de arriesgar, se lo inculcó a sus hijas.
Su vecino de arriba lo adoptó como si fuera un padre y lo consultaba por cada idea que tenía. Una vez lo invitó a participar en el armado de un prototipo de automóvil que se manejaba a control remoto y sin volante. En 1993, conoció a Fangio a quien le contaron lo que estaban armando y dijo que inventaran el auto eléctrico que seguro sería un éxito.
Una vez terminado, consiguieron unos sponsors y en 1999 recorrieron el mundo, salieron de Córdoba (con un escribano del Guinnes World of Records), llegaron hasta Cataratas y luego subieron hasta Rio de Janeiro; de allí a Europa y luego Israel, Palestina, China . Los hoteles Sheraton le daban albergue a cambio de publicidad. Todavía recuerda anécdotas muy divertidas del viaje. La vuelta duró un año y medio y en cada lugar al que llegaban eran recibidos como celebridades. En el único lugar que tuvieron problemas fue cuando regresaron a Bs As, creyendo que los iban a recibir igual que en el resto del mundo decidieron llevar el auto a Plaza de Mayo y ponerlo sobre la plaza; un policía les hizo una boleta. Actualmente el auto descansa en el museo Fangio en Balcarce.
Una vez que llegó a Buenos Aires, se encontraba sin trabajo ni jubilación, lo único que tenía era un peso (literal en el bolsillo) y se le ocurrió comprar unos stickers de Boca, pegarlos en una botella y salir a venderla. La vendió en Liniers por cuatro pesos y se dio cuenta que ahí había un negocio, con esos cuatro pesos compró más stickers y luego banderines que metía dentro de las botellas, llegó a vender 32 botellas de futbol por fin de semana. Con eso subsistió todos estos años hasta que pudo jubilarse, actualmente sigue haciéndolas en su taller como hobby.
Nunca jamás pidió ayuda a sus hijas por plata, siempre se las rebuscó para salir adelante.
Actualmente vive con Ana María, con quien se casó en 2012 después de un año de noviazgo. Amante del tango, cuando se casó cantó “Uno” frente al sacerdote.
“La vida está afuera, hay que salir”, deja como enseñanza.
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