Matías tenía 12 años, vivía en Merlo con su mamá, su padrastro y sus hermanas. Un día su mamá decide separarse y esa noche su vida iba a cambiar para siempre.
El padrastro prendió fuego la casa con todos ellos adentro, con la ayuda de los vecinos pudieron salvar a sus hermanas y a su mamá, pero él quedó atrapado por el fuego y tuvieron que rescatarlo los bomberos.
Durante tres meses estuvo internado en el Hospital Garrahan, pasó por casi 70 operaciones y le salvaron la vida.
Desde ese momento hizo silencio, no podía contar lo que le había pasado. En aquella época se hablaba de crímenes pasionales y Matías decía que había tenido un accidente, sin dar detalles.
Su costumbre fue vestirse con mangas largas, polera, bufanda, todo lo que le permita taparse, aunque eso llamara más la atención era la forma que había encontrado para evitar que todos le pregunten.
Los años fueron pasando y Matías seguía ocultando la verdadera historia.
Pasaron 20 años desde aquel momento y su vida iba a volver a dar un nuevo vuelco. Su mujer había quedado embarazada, eran mellizas pero ese embarazo venía complicado y las dos bebés fallecieron a los pocos días. Era el momento más triste de su vida y tenía que sanar este nuevo dolor.
Encontró en los tatuajes una forma de salir adelante y poder mostrar su cuerpo, pudo ver frente al espejo una imagen de él que estaba descubriendo.
Matías empezó a ponerle palabras a su historia, se dio cuenta que a los relatos de la violencia de género le faltaban las voces de los hijos, sobre todo de los hijos varones.
Hoy Matías es papá de Benjamín, todos los días intenta ser el mejor padre para él y construir una vida nueva juntos.
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