Nadie sabe que su verdadero nombre es Barrio 25 de Mayo. Todos la llaman la villa San Petersburgo, una de las tantas que existen en Isidro Casanova, partido de La Matanza, y donde unas cinco mil personas luchan día a día por sobrevivir en medio de la inseguridad y la violencia, pero, sobre todo, en medio de toda clase de carencias.
“Acá vivimos como ratas”, grafica María, quien gestiona un comedor comunitario en este barrio que surgió a principios de los años 80, cuando en plena dictadura miles de vecinos de villas de emergencia de la Capital fueron desalojados y obligados a instalarse en este lugar que en ese entonces era poco menos que un descampado.
Siempre fueron paupérrimas las condiciones de vida de los habitantes de “San Pete”, que debe su apodo a la calle sobre la que se ingresa a la villa, llamada San Petersburgo en el pasado y rebautizada como José I. Rucci hace unos años.
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— Telefe Noticias (@telefenoticias) 26 de junio de 2018
Todo en un contexto de pobreza extrema, donde la falta de trabajo –vivir en el barrio suele ser garantía de ser rechazado en una entrevista laboral– o los ingresos mínimos hacen que muchos vecinos cuenten que hay días que no tienen ni siquiera para darles un plato de comida a sus hijos.
Como siempre, la marginalidad trae sus consecuencias. Y las peores. Una de ellas es el flagelo del paco, aunque en el barrio no permiten que se venda. “Hace poco estábamos haciendo una obra de teatro organizada por la Sedronar para los chicos con problemas de adicciones y de repente apareció un pibe de 13 años totalmente drogado, sacó un arma y se mató delante de todos”, recuerda María, quien con la merienda y la cena que ofrece cada día para los chicos más carenciados trata de mitigar tan dramática situación.
Pero no alcanza. Bien lo sabe Daiana, quien tiene a un sobrino de 13 años acusado de asesinar a balazos a un vecino por una disputa originada por el consumo de paco. Ella misma llamó a la policía para que lo detuvieran. “Prefería tenerlo preso antes que muerto”, cuenta entre lágrimas.
Es que las armas en “San Pete” son moneda corriente. Y con las armas también aparece el delito. Basta hacer una recorrida a plena luz del día por el laberinto de pasillos que conforma el barrio para ver un verdadero cementerio de autos robados, que después de ser “cortados” terminan quemados para borrar todo tipo de huellas.
Todo esto y mucho más pasa en la villa San Petersburgo, tan, pero tan lejos de la San Petersburgo rusa. Y, lamentablemente, no sólo se trata de una cuestión geográfica. Se trata de lo que más duele: las condiciones de vida. Y también de la muerte.
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