Gustavo tiene una pequeña empresa familiar en Sarandí. Fabrica tinta para sellos de goma. Pero en los últimos tres meses las ventas le bajaron casi a la mitad y los gastos se le triplicaron. Por eso enfrenta el fantasma más temido: tener que empezar a despedir empleados o, incluso, la posibilidad de cerrar.
El sueño de Gustavo surgió en medio de la crisis del 2001. Era empleado de la fábrica Tintas Opalo cuando, con todos sus ahorros, le compró al dueño el fondo de comercio.
Con mucho sacrificio sacó a flote una fábrica que estaba al borde de la quiebra. Incluso hace unos años compró dos máquinas de última generación para envasar la tinta.
Pero los últimos aumentos de tarifas y la caída del 40% en las ventas lo dejaron otra vez en jaque. Tanto que las máquinas están paradas y decidió volver a envasar la tinta de manera manual.
"Es que entre el poco trabajo que tenemos y el precio de la luz no puedo usar las máquinas. No me dan las cuentas", se queja.
Pero ahí está, resistiendo junto a sus empleados. Tratando de que ese sueño que nació hace 23 años no se convierta en una pesadilla.
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