Cuando apenas era un bebé, a los 6 meses, Leo tuvo meningitis. A su madre le recomendaron realizarle una punción lumbar, pero en la intervención le tocaron un nervio de la columna: “Nunca caminé, mi lesión es medular, de la cintura para abajo”.
“Ya lo tengo recontra asimilado. Vivo una vida normal sólo que en silla de ruedas. Por suerte yo puedo hacer todo lo que yo quiera, menos caminar”, subraya Leo. No sólo no se lamenta de su discapacidad, sino que –agrega- se siente cómodo donde está. “Me gusta la velocidad y me siento más rápido que los demás. Puedo hacer cosas que otros no pueden hacer”, subraya.
Cuando Leo empezó a ir a la escuela no tenía una silla de ruedas: “Me llevaban a cococho. No tenía silla por falta de recursos económicos”. Leo alumno se sentaba en una silla de cuatro patas en el aula. Y en los recreos lo ayudaban a salir al patio.
Leo es el hijo mayor de Silvia, una mujer que peleó mucho para que él llevara la vida normal de la que hoy se enorgullece. Leo reconoce que su familia tuvo un rol fundamental para su formación. Y le brillan los ojos cuando habla de su mamá. Además, le cuenta a Telefe Noticias que “desde los 3 años, Miguel es mi papá”. También es el padre de sus tres hermanos menores.
A lo largo de sus 33 años, Leo tuvo varios problemas de salud que con el apoyo de los suyos pudo superar. “Mi vieja luchó mucho por mí. Estuvo fácilmente dos años conmigo en el hospital. Tuve muchas operaciones, entre ellas, me colocaron una válvula en la cabeza”. Y detalla un accidente que sufrió hace 7 años durante un entrenamiento: chocó su cabeza contra una persona de gran porte, el golpe hizo que se le tapara la válvula y le tuvieron que colocar otra.
“Chipi” –como llaman a Leo sus amigos por el jugador de Boca Jr. Antonio “Chipi” Barijho, a quien también se lo conoce por “’Negro’ y cumbiero como yo”, cuenta Leo- vive en el partido bonaerense de San Fernando, muy cerca del club en el que entrena cuatro veces por semana. Juega de alero y ayuda-base para el equipo de básquet adaptado de la Asociación de Discapacitados Unidos (ADU), que capitanea. También va a un gimnasio seis veces por semana para desarrollar resistencia, y eso se nota en su juego tenaz. Se define como una “pesadilla” para su contrincante. Y se ríe, claro, porque sabe que cuando se trata de ataques y defensas en la cancha, es muy hábil para molestar al otro equipo.
Leo picó una pelota por primera vez a los 17 años. Desde entonces, creció junto al deporte. “Al principio me bajaban el aro de madera móvil. A medida que aprendí técnica, usé los aros convencionales. A los 20 años empecé a jugar en el club de la organización CILSA”, recuerda. Se presentó en sucesivas ediciones de los Torneos Bonaerenses y siempre volvió con medallas.
En 2004 fue convocado para la selección sub-22 y al año siguiente viajó al Mundial Juvenil Sub 23 de Básquet Adaptado, que se llevó a cabo en Birmingham. “Clasificamos, llegamos a Inglaterra y terminamos anteúltimos, pero la experiencia no te la quita nadie. Para un deportista vestir la celeste y blanca es lo mejor”, cuenta con emoción a Telefe Noticias.
“El básquet te abre la mente porque conocés gente con discapacidad igual, menor o mayor a la propia. El deporte ayuda muchísimo. Me dio mucha independencia, fuerza de voluntad y plantearme objetivos. El ir a entrenar, preparar la mochila, cuidar la silla, me ayudó mucho. Además, tengo una personalidad fuerte: no me permito caer”, reflexiona.
En 2016 jugó en un club de Galicia, España, adonde llegó de la mano de un amigo que vive en las Islas Canarias y que lo preparó. "En España tuve un contrato con el Abeconsa Basketmi de Ferrol, La Coruña", cuenta. "Pero vine antes de que terminara el contrato porque mi hijo finalizaba el jardín y quería estar presente”, explica.
Tomás Nahuel, su hijo de 8 años, está a su cargo desde que tiene 10 meses: “Soy padre soltero. Criarlo solo es un aprendizaje difícil, pero lindo a la vez", comenta con naturalidad. Y agrega: “Mi hijo es mi gran compañero de vida. Lo llevo al colegio, le compro la ropa, le preparo la comida, voy a las reuniones de padres. Tomy va conmigo a entrenar y también juega al básquet. Él me da fuerza para seguir y enfrentar los obstáculos que la vida te pone”.
A veces Leo se sintió discriminado por la mirada de los otros. “Yo miro mucho a las personas, a sus ojos, pero las personas miran primero para abajo, miran mi silla”, observa.
Consultado sobre si se siente un invencible, Leo deja en claro que “no me siento un ejemplo. Tengo defectos y virtudes como todos. Hago lo que me gusta y eso es lo que valoro de mí mismo. Soy una persona con discapacidad que hago lo mismo que todos pero en silla de ruedas... Yo igual siento que camino, ¿eh? Y en silla de ruedas camino más rápido que los demás”, afirma con una sonrisa pícara, y concluye: “Cuando supero las dificultades, a veces me siento invencible. No sé si habría llegado tan lejos si hubiera caminado”.
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