Portada  |  17 agosto 2018

"Pasa de Noche": luchadores de la vida, arriba y abajo del ring

El mundo del boxeo es como una moneda. Tiene dos caras. Una brilla como el oro. La otra es espesa como el barro. Es la cara de miles de boxeadores que, mientras sueñan con alcanzar la gloria, pelean día a día simplemente por sobrevivir. Te mostramos una de esas historias de quienes pelean todos los días contra todo para poder alcanzar su objetivo.

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Durante una velada en el Polideportivo de Hurlingham, la cámara de Pasa de Noche fue testigo de algunas de estas historias escritas a puro sacrificio. Historias como la de Brian Suárez, quien a los 26 años intenta abrirse camino a golpes de puño en la categoría medio pesado.

De chico, Brian soñaba con ser jugador de fútbol. Incluso compitió varios años en las inferiores de Almagro. Pero algunas lesiones y la sensación de que no tenía suficientes condiciones como para llegar a primera, lo hicieron pensar que su futuro estaba en otra parte.

Y al poco tiempo encontró dónde. Fue cuando, con 20 años y empujado por su padre, asistió a una clase de boxeo que ofrecía Cristian Loyola, hijo de Raúl, un histórico pugilista de los 70, en un gimnasio de William Morris. Ese mismo día Brian tomó la decisión: colgó los botines y se calzó los guantes.

Mal no le fue. Llegó a la selección argentina de boxeo y ya lleva siete peleas disputadas como profesional. Las ganó todas. Y todas por nocaut. Es una de las promesas del pugilismo nacional.

Pero eso, como todo, tiene su precio. Brian entrena cuatro horas por día en doble turno. Se levanta a las siete de la mañana y se acuesta a las doce de la noche. Es que no vive del boxeo. Su principal sostén económico es una panadería que puso junto a su familia.

Mientras espera a su primer hijo, lo suyo es esfuerzo y más esfuerzo. Su lugar de concentración antes de la pelea no es un hotel cinco estrellas ni mucho menos. Es su propia casa, a metros de la estación de William Morris, donde comparte una ronda de mates con su familia y se motiva mirando a los grandes campeones de boxeo por televisión.

Aunque el municipio de Hurlingham lo ayuda, todavía no tiene sponsors para la ropa. Por eso, antes de acomodarlas en el bolso, agarra dos botitas rojas y las exhibe como si fueran tesoros. Son las que va a estrenar esa noche. Se las trajeron de Estados Unidos a cambio de 5.500 pesos a pagar en 12 cuotas, casi la mitad de los 12 mil que un rato después recibirá por ganar la pelea.

Así de difícil es acceder a un mundo que ofrece muy pocas vacantes. Es parte de la sacrificada vida de la inmensa mayoría de los boxeadores. Esos para los que las luces de Las Vegas parecen estar más lejos que las estrellas. Esos que, con los puños apretados, la tienen que pelear contra viento y marea. Y no sólo arriba del ring.

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