Ellos son colectiveros, llevan y traen a muchas personas todos los días. Se cruzan con los mejores humores y con los peores, con gente que tiene ganas de llegar a sus hogares y con los apurados que llegan tarde a trabajar.
Lidian con el tránsito en una ciudad llena de vehículos y aseguran que los argentinos manejamos mal.
Esta profesión que lleva muchos años de historia fue cambiando con el correr de los años y la llegada de la tecnología. Los que tienen más tiempo en este trabajo recuerdan cuando cortaban boletos, daban el vuelto, manejaban monedas y escuchaban el timbre. No había aire acondicionado y los colectivos no eran automáticos, hoy todo eso fue cambiando, tienen otro confort.
La mayoría no permite que suban vendedores, han tenido malas experiencias con el trato hacia los pasajeros y prefieren evitarlos. Tampoco pueden escuchar música porque no está permitido, consideran que es una distracción.
Pasan muchas horas haciendo su recorrido, cuando llegan antes del horario estipulado reciben apercibimientos, pero no pasa lo mismo si llegan tarde porque el tránsito en horas pico puede complicarse.
Aman su profesión, algunos por herencia y otros por elección, cuentan que el colectivo es su orgullo y el de toda su familia.
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