Su infancia transcurrió entre miradas y aplausos. Acompañaba a su padre a los distintos shows, programas de TV y sets. Iba de su mano mientras cientos y miles de personas le pedían una foto o autógrafo. Esa fama le causaba envidia, quería a su padre para sí mismo, quería disfrutarlo al menos un rato. En una de sus salidas del teatro, le propuso a Sergio una de las más graciosas ideas. Él tendría que salir disfrazado, irreconocible, para pasar tiempo con Bárbara sin interrupciones. Intentaron hacerlo, pero Sergio fue rápidamente reconocido.
Son diversas las anécdotas vivenciadas en familia, las cuales no se vieron empañadas por los dramas y obstáculos que Bárbara debió atravesar. La muerte de Sergio se llevó una parte suya, y le dejó a cambio una herida abierta, agobiante.
Desde la caída de su padre en la pasarela del teatro Mercedes Sosa, su hija esperó los partes médicos día tras día, sin perder las esperanzas. Pero la agonía de Sergio también reflejaba la agonía de una familia entera, desesperada.
El día que el cuerpo médico anunció la muerte del ícono se cayó toda ilusión, los objetivos en conjunto. La alegría se tornó un imposible, y la bronca una constante. Los dueños del teatro, quienes sabían del peligro del escenario y su tarima, no realizaron refacciones ni arreglos, dejando a la suerte de los artistas su completa integridad física. Dichos dueños nunca fueron condenados.
Bárbara transitó un doloroso período de duelo, pero sin soltar sus mejores recuerdos y enseñanzas. Porque, a pesar de tanta angustia, decide quedarse con eso. Con la sonrisa de su padre, con su generosidad, su música. Decide recordarlo así, tan brillante como siempre fue.
AGRADECIMIENTOS:
Jardín Japonés - Sergio Miyagi: jefe de prensa del Jardín Japonés @jardinjapones
Bonsai Studio - Marita
Alejandro Sartori
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