Portada  |  17 octubre 2019

Contratado por un día: Roberto Funes Ugarte se prueba como mozo cinco estrellas

Ser mozo no es una tarea sencilla. Los caprichos y las exigencias de los clientes los exponen a una alta dosis de estrés. Y mucho más si trabajan en el restaurante de un hotel cinco estrellas, donde el mínimo error les puede costar muy caro. Roberto Funes Ugarte lo intentó y te presentamos el resultado.

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Texto de Pablo Kuperszmit

En una nueva entrega de Contratado por un día, Roberto Funes Ugarte vivió su propia experiencia trabajando en el restaurante del Hotel Alvear, uno de los más exclusivos de Buenos Aires.

El primer requisito para acceder a un lugar como ese es hablar perfectamente inglés. La razón es simple: hay clientes argentinos, pero también, y muchos, alrededor del 40%, provenientes de los países más diversos del mundo.

“A veces ni con el inglés te alcanza, porque viene gente de Rusia o de países de Asia que no lo dominan. Así que nos terminamos entendiendo por señas”, cuenta Pablo, uno de los camareros del Alvear Grill.

Otra condición es tener, como mínimo, dos años de experiencia en un restaurante de lujo y aprender todo un protocolo, que incluye desde cómo servir y levantar cada plato hasta llenar la copa de los comensales apenas unos segundos después de que la vaciaron.

No hay nada que no esté milimétricamente calculado. La atención es tan personalizada que un mozo sirve, como máximo, tres mesas a la vez. Y el reglamento indica que no puede dejar pasar más de dos minutos desde que un cliente se sentó hasta acercarse a atenderlo. Para eso trabajan de a dos: un camarero y un asistente, al que se le dice runner.

Tantas exigencias también tienen su recompensa. El sueldo es de 35 mil pesos en mano, bastante por encima de los que gana un colega en cualquier otro restaurante de la ciudad. También los precios son muy superiores. El gasto promedio por comensal es de 2.500 pesos.

Y con las propinas la diferencia que hacen los camareros es aún mayor, ya que les permiten duplicar sus ingresos. “Hace unos años un abogado me dejó 11 mil pesos, cuando era mucho más que ahora”, destaca Pablo.

Pero los buenos recuerdos también tienen sus excepciones. Porque, aunque el público es de un alto poder adquisitivo, a Pablo le pasó que no le dejaran propina o que le dejaran apenas -no hace mucho tiempo- un simbólico billete de dos pesos.

Otra de las situaciones con las que conviven a diario son los pedidos que reciben para que les guarden en un paquete la comida que les sobra. No para comerla ellos en sus casas. Para dársela a sus mascotas.

Durante su jornada de trabajo, a Funes Ugarte una clienta le reclamó que le preparara el lomo de cordero que le había sobrado en el plato. “Es la cena de mi perrita”, le explicó.

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