Portada  |  17 noviembre 2018

"He Vivido": la historia de Genia, testigo de la Segunda Guerra Mundial

Su ciudad fue la primera en ser invadida por el ejército nazi. ¿Cómo llegó a nuestro país en aquellos días tan oscuros? Además, el relato de Juan Carlos con casi un siglo de vida para contar.

Informes Especiales

GENIA SKIGIN 86 años, TODA LA VIDA APRENDIENDO

Agradecimiento especial a la Asociación Lamroth Hakol.

Nació en Polonia en 1932, en Kalisz, una ciudad cerca de Alemania. El padre era ebanista. Cuando comenzó la II Guerra Mundial ella tenía 7 años. Su ciudad fue la primera ciudad invadida por los nazis, recuerda que los alemanes pasaban por la puerta de la casa de los judíos y los amenazaban. También recuerda que los soldados alemanes tenían perros enormes y burlaban a los judíos.

Los padres huyeron con ella hasta los límites de la ciudad, hacia allí iban todos los judíos asustados tratando de escapar del odio nazi. Los accesos eran un caos, los alemanes bloqueaban el paso, todo era griterío. Por el tumulto la madre se separa de ella y su padre, su mamá termina saliendo de Polonia y ellos dos se quedaron ahí; ella lloraba del miedo. Antes de huir habían quedado que se encontrarían en otra ciudad llamada Bialystok.

El padre sabía que si seguían en Polonia se iban a morir, entonces decidió junto a un grupo de personas ir para el lado ruso. Recuerda que tuvieron que atravesar el bosque y como a ella le costaba mucho caminar, el padre arrojó las cosas que llevaba con él para alzarla.

Una vez que llegaron al límite, los rusos no querían dejarlos pasar. Su padre era el único que llevaba una nena en brazos y pidió que lo fusilaran ahí, pero él no iba a volver para atrás porque quería salvar a su hija: los rusos permitieron que ella y su padre pasaran, pero obligaron al resto a volver a la ciudad. El reencuentro con su madre fue maravilloso: recuerda que ella se escondió cuando la madre llegó al lugar donde habían quedado con su padre.

La familia se anotó para ir como voluntarios a vivir a Rusia, los rusos lo aceptaron muy bien. Fueron a vivir allí, tuvieron que aprender un nuevo idioma y una nueva cultura. Estuvieron dos años viviendo en Rusia hasta que en 1941 llaman al padre para alistarse en el ejército ruso: nunca más supieron nada de él.

La madre y ella vivieron solas en Rusia durante siete años, recuerda a su mamá haciendo proezas para subsistir. La vida se les hizo cuesta arriba, recuerda días de hambre y frío. Había mucha hambre en el pueblo y mucha pobreza alrededor, recuerda que iba a la escuela y que no había papel para hacer boletines, los propios alumnos conseguían el papel que podían y allí los calificaban. La madre enfermó muy feo de malaria y para que les dieran de comer vendía los camisones que tenía; “mamá tenía 30 años y parecía de 60”, dice Genia todavía acongojada. Su madre sobrevivió.

Cuando terminó la guerra los rusos permitieron a los judíos polacos que volvieran aPolonia para reencontrarse con los familiares que hayan sobrevivido. Fueron para su ciudad y no encontraron vivo a nadie, la guerra arrasó con todo. La madre en su retorno a Polonia conoció a otro hombre con el que se casó, el hermano de él vivía en Argentina y decidieron venir a vivir al país.

Genia tenía 17 años cuando piso suelo argentino junto a su madre y su padrastro. Llegó sin hablar una sola palabra en castellano y no entender absolutamente nada de la cultura. Ella estaba muy angustiada. Alquilaron una casa en Mataderos, los tres tuvieron que salir a trabajar de lo que pudieron. El idioma lo fue aprendiendo a los tumbos.

A su marido lo conoció cuatro años después en una sociedad de jóvenes donde organizaban un baile, estuvieron de novios tres años y se casaron: ella tenía 21 y él 23. Tuvieron 4 hijos. El marido fue ingeniero. Ella soñaba con tener una carrera universitaria, pero no podía porque le faltaban las equivalencias, primero crio a sus hijos y recién a los 50 años pudo recibirse de Bachiller. Veinte años después se anotó en el CBC, tenía 70 años. Tardó 10 años en hacer la carrera de sus sueños: psicología. Recuerda que para cursar tenía dos horas de ida y dos de vuelta.

Hoy en día participa activamente de una Asociación cultural y religiosa de la comunidad judía Lamroth Hakol. Allí da talleres de psicología positiva y ayuda en todos los emprendimientos de voluntariado que tiene la organización, particularmente en Arte Lamroth.

JUAN CARLOS HA VIVIDO Y TIENE CASI UN SIGLO PARA CONTAR

Juan Carlos tiene 97 años, nació en Chascomús, se crió en pleno campo y tuve una vida rural hasta los 20 años. No había colegio en la zona y entre los pocos vecinos que había pagaban a una maestra particular que educaba a los niños. Su infancia fue entre terneros, caballos y vacas. Su padre era descendiente de Tehuelches y su madre vasca.

A los 20 años le tocó el servicio militar en San Nicolás, una vez finalizado el país estaba devastado, era 1942 y no había trabajo en ningún lado. Vino a vivir a una pensión de Constitución. Consiguió trabajo en la cocina de una mansión de Barrio Parque y la que fue su mujer era la ama de llaves de la casa, se llamaba Teresa. Estuvieron cuatro años de novio y se casaron.

Gendarmería le ofreció un puesto como administrativo en las oficinas y se fue de la casa donde trabajaban junto a su mujer. Su mujer comenzó a trabajar como administrativa y él, además del trabajo, comenzó a hacer cursos de maestro mayor de obras.

Comenzó a hacer una revista interna de Gendarmería que funcionaba muy bien. Los gendarmes lo quisieron mandar a vivir al Sur porque necesitaban gente en la Patagonia, pero Teresa estaba embarazada y ya estaban arraigados en Buenos Aires, renunció a ese puesto y comenzó a trabajar en una empresa constructora. En 1955, con la Revolución Libertadora, la empresa comienza a perder todos los contratos que tenía con el Estado y funde. Juan Carlos se queda sin trabajo.

La situación económica familiar comenzó a complicarse, al poco tiempo consigue un puesto administrativo en el sector de imprenta del BIR (Banco Interamericano Regional), con los años llegó a ser jefe de Imprenta y se jubiló con ese puesto. Con la plata del retiro puso una imprenta propia que manejó durante años.

En 2010 no pudo sostenerla más y cerró. Se aburría mucho y decidió terminar el secundario; se anotó en el Plan Fines en la Universidad de Lomas de Zamora y la terminó en 2015, en el acto de entrega de diplomas fue ovacionado por todos sus compañeros. “Yo siempre quise estudiar, pero necesitaba trabajar y tenía una familia que mantener”, agrega.

Teresa falleció en 1999. Él siguió viviendo en la casa familiar y tuvo amigas ocasionales, pero nada de seriedad. Doce años atrás comenzó a escribir poesías y editó dos libros con poemas, hoy en día está escribiendo otro; además de recitarlos, escribe canciones. Actualmente concurre a un taller literario y tiene la idea de ser profesor de historia, otra de sus pasiones.

Tiene dos hijas, tres nietos y dos bisnietos que lo admiran.

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