Portada  |  25 septiembre 2017

Los rincones del desastre en Ciudad de México

Anabella Messina viajó a la zona de la tragedia y cuenta cómo es el trabajo de los rescatistas. También las historias de las familias que buscan a sus seres queridos y los héroes anónimos que trabajan sin descanso con la esperanza de encontrar sobrevivientes.

Informes Especiales

Por Anabella Messina @animessina

Desde el primer minuto después del terremoto en México, salieron a escena los Topos aztecas, con su saber en tragedias, su olfato para detectar vidas y sus cascos. Esta organización civil especializada en rescates nació en 1985 cuando la capital mexicana había quedado en ruinas por el sismo más fuerte que sufrió. Con más experiencia que hace 32 años, sus trajes naranjas daban esperanzas a los familiares de los que no habían podido salir de los edificios derrumbados.

Estos rescatistas de pura sangre se colaban como el agua entre los huecos de las estructuras colapsadas para sacar los cuerpos aprisionados. Tienen tres formas para saber que hay signos de vida debajo de los escombros: la visual, la temperatura y el sonido.

Escuchar algún ruido, sentir la respiración de alguien o ver un signo por más mínimo que sea es alentador ante tanto espanto. Por eso, los puños en alto, una seña surgió de los mismos voluntarios y rescatistas para pedir silencio absoluto, una seña que anticipaba los rescate o simplemente ubicaba la zona donde aún había sobrevivientes.

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La angustia se replicaba en los 40 edificios colapsados en ciudad de México. Las escenas parecían calcadas. En Álvaro Obregón 286, en Colonia Roma, seis pisos terminaron como un acordeón de ladrillos. Computadoras, escritorios, teléfonos sobresalían y mostraban cómo era la vida de 150 personas antes del temblor. Allí, sentada en una sillita estaba Leticia Zárate. Con la mirada perdida en el cielo les suplicaba a todos los santos. Esperaba un milagro para su hijo Martín Estrada Zárate de 30 años. Él trabajaba como contador en un estudio promisorio, tenía un bebe de 5 meses y una familia que no se resignaba a los golpes de la vida. La vigilia la pasaba junto a Patricia, que también buscaba a su hijo Iván Fernández de 27 años. Los dos estaban en el cuarto piso de ese edificio cuando los sorprendió el movimiento de la tierra.

Las dos pasaban las noches en una carpa azul que instalaron en medio de la vereda para poder descansar al menos unas horas esperando alguna noticia. Las dos recordaban las historias de sus hijos desde que nacieron. Esos recuerdos las ayudaban a mantener viva la esperanza que con el correr de los días se desvanecía.

La lluvia detenía los rescates y complicaba el trabajo, el sol del mediodía también. Entre las brigadas de rescates mexicanas, israelíes, norteamericanas y hasta japonesas, estaba Gisselle Fuentes. Ella es argentina y desde hace cinco años llego México para triunfar como actriz. De a poco lo está logrando, pero el dolor del país que la recibió con los brazos abiertos la movilizó para tender los suyos. Por eso, llegó a donde había que estar. Con decisión se puso a coordinar la ayuda que llegaba de a montones y de manera muy desorganizada. Durante más de 18 horas al día, iba y venía para conseguir lo que se necesitara: desde luces para iluminar la zona afectada durante las noches, hasta picos para remover los escombros.

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Con un casco y un chaleco que la identificaban, ella no era una voluntaria más, sobresalía ante tanta improvisación. No importaba quién, solo importaba cómo poder ayudar y aliviar en algo el dolor y el desastre que se abría paso en cada rincón de ciudad de México.

 

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