Actualidad
Tercer vuelo humanitario a Malvinas: la experiencia del viaje junto a los familiares de los caidos, narrada en primera persona
Por Anabella Messina*
Cuando te dicen "te vas a hacer una cobertura periodística a las Islas Malvinas", muchos pensamientos se vienen a la cabeza, empezando por los recuerdos de lo que fue la guerra hasta la emoción de lo que será tocar suelo isleño por primera vez. Todos esos sentimientos e ideas me atravesaron y me acompañaron en la preparación de este viaje único.
En la Embajada británica tuvimos la primera reunión. En una mesa alargada y preparada con todos los detalles para tomar un té o un café, Roberto Curilovic, piloto naval, ex combatiente de Malvinas y ahora organizador del viaje como empleado de Aeropuertos Argentina, nos dio con suma precisión las indicaciones y las recomendaciones para el viaje humanitario con más de 150 familiares de los caídos en la guerra.
En esta oportunidad, privilegiaron a 26 padres y madres de los caídos mayores de 85 años. Para muchos de ellos, éste podría ser el último viaje al cementerio de Darwin para rendir honores a sus hijos. Ellos fueron acompañados por algún familiar que los pudiera contener y asistir. También, en esa reunión nos dieron una lista de lo que no podíamos hacer en las islas.
LLEGÓ EL DÍA
El martes 4 de diciembre a la 23.00 llegamos a Ezeiza, nos reunimos con el resto de los periodistas y después fuimos hasta un sector especial del Aeropuerto donde nos esperaba el avión de Andes del vuelo 680 que nos llevaría a las Malvinas. En ese lugar, ya estaban los familiares. Todos iban con el dolor a cuestas y las grietas del sufrimiento en sus cuerpos.
Subimos al avión por la parte trasera de la aeronave, nos acomodamos y con un aplauso cerrado el avión despegó a la 1.50 del miércoles 5 de diciembre.
Delante nuestro viajaban Víctor Sosa, de 91 años, y Paulita de 87. Ellos son los papás de Osvaldo, cabo segundo del Crucero General Belgrano. Son de los familiares que más saben de la causa Malvinas y nos contaron que éste era el último viaje al cementerio de Darwin.
Hicimos escala en Río Gallegos. Ahí subieron cinco familiares que viven en esa ciudad y cargaron nafta para no tener que hacerlo en las islas. Llegamos al aeropuerto de Puerto Argentino en la Isla Soledad. Una fila de policías británicos controlaban que no grabásemos nada. No se podía sacar un celular, ni hacer el gesto para grabar porque rápidamente indicaban que no se podía hacer. Fueron pocos metros hasta llegar a la combi que nos llevaría al cementerio. El chofer era un chileno que llegó a las islas por amor. Manejaba del lado derecho, pero hablaba español a la perfección.
MIRÁ TAMBIÉN NUESTROS HÉROES, BANCO DE TESTIMONIOS DE VIDA
A las 7.55 salimos del aeropuerto. En el camino, se imponía el paisaje de pastizales amarillentos, terreno rocoso y suaves elevaciones de la superficie. El clima hostil también se sentía: la humedad y la llovizna helada penetraban rápidamente. Por momentos, el sol coqueteó con las nubes, pero las nubes ganaron siempre la pulseada.

Llegamos al cementerio de Darwin y empezó a caer una nevisca que lastimaba y el rugir del viento perforaba la piel. Impactaban las cruces blancas, todas iguales, con las lápidas con los nombres de los caídos en el terreno, el cenotafio negro con los nombres de los que murieron en el mar y una cruz blanca más grande en el centro.

LAS IMÁGENES QUE QUEDARON EN MI CABEZA
- La emoción de Eduardo Behrendt, vicepresidente de la Comisión de Familiares de Caídos, frente al nombre de su hermano Edgardo, cabo segundo del Belgrano, más conocido como Nonín, tocando una y otra vez la piedra del cenotafio.
- El abrazo interminable de la familia Massad frente a la cruz de Marcelo: las dos hijas, Coco y Dallal, dijeron “volvimos a estar todos juntos”.
- El silencio de Olga Suarez sentada al lado del nombre de su marido, Juan Alberto Gómez, con una bolsa con regalos de sus nietos y el recuerdo del último beso de despedida que le dio el amor de su vida.
- Los gestos de Geoffrey Cardozo hacia los familiares quebrados de tristeza marcaron la diferencia. Como militar británico, este hombre tuvo el trabajo de buscar y enterrar a los soldados cuando terminó la guerra, después encabezó el proyecto humanitario Malvinas con el excombatiente argentino Julio Aro, para darles identidad a los soldados no identificados. En esta oportunidad llevaba una boina y un montgomery marrón, se ocupó de acompañar y abrazar a los más abatidos.
Cada familia rindió el culto a su héroe: de rodillas, rezando y rindiendo homenajes.
Insert de Video
La foto final de todos los que participaron en este viaje humanitario con las banderas argentinas, las remeras, las imágenes de los caídos, las ofrendas florales y los rosarios celestes que repartieron en el avión dieron el punto final después de tres horas.
Cuesta dejar las tumbas. Costó irse del cementerio. Es que costó mucho llegar a Malvinas. Después de 42 años de la guerra, para algunas familias este fue un comienzo y para otros, el último adiós a sus caídos.
* Anabella Messina es periodista en Telefe Noticias, Licenciada en Comunicación y profesora de la Universidad de Buenos Aires
Mirá también en Telefe Noticias: